domingo, 24 de julio de 2011

El blanco y el miedo

El color blanco nos da miedo. Asumámoslo. Nos aterroriza. Nos paraliza. Es el peor de todos los colores. Solemos buscar sucedáneos: blanco roto, hueso, marfil, cáscara de huevo… El otro día oí por la calle a una mujer que presumía de sus nuevas sandalias color “blanco hielo” (y mi imaginación se echó a volar intentando visualizar ese color). Porque el blanco nuclear nos asusta. Hasta ese nombre comercial que lo acompaña incita al miedo. No podría ser algo bucólico como azul cielo, verde pistacho, o incluso rosa chicle. No. NUCLEAR. Joder, dan ganas de salir corriendo.
Pensémoslo un momento.
El blanco en la ropa es muy arriesgado, a no ser que vivas permanentemente en una fiesta ibicenca. Cualquier mínimo despiste, cualquier roce, cualquier gotita minúscula que te ha salpicado será el objetivo de todas las miradas. Da igual el azul intenso de tus ojos. Todos se fijarán en esa mancha.
Quedarte en blanco en un examen. ¿Quién no ha tenido esa pesadilla más de una vez durante su etapa de estudiante? Ese sudor frío. Ese “debería haber estudiado más”. Ese mirar de reojo lo que está escribiendo el compañero. Esa vergüenza de entregar el papel sólo con nuestro nombre y el encabezado de la pregunta.
Pasar toda la noche en blanco. Dar mil vueltas en la cama. Contar ovejas hasta acabar odiándolas. Levantarte para ir al baño cincuentamil veces. Levantarte a beber agua. Abrir la ventana para que entre fresco. Cerrar la ventana porque entra ruido. Coger el libro de la mesilla de noche, a ver si con la lectura te entra sueño. Encender la televisión y tropezarte con todas las tarotistas habidas y por haber. Y justo cuando te estás quedando dormido… suena el despertador y sabes que ese día será un laaaaargo infierno.
El folio en blanco. Pánico, vértigo… Atasco de ideas. Nada fluye. Hay un remolino que bulle dentro, pero se queda bloqueado porque la salida tiene un tapón que no sabes quién narices ha puesto ahí. Lo único que sabes es que el jodido tapón tiene un color: blanco.
Darte cuenta de que tu vida es un gran folio en blanco. Y que nunca llegas a escribir ni siquiera el encabezado. Sí, el futuro es una acuarela y tu vida un lienzo que colorear, lo has oído cientos de veces. Pero cuanto más blanco ves ese lienzo, más te cuesta decidir qué colores vas a usar. Y cuanto más tardas en decidirte por uno, ves que a tu alrededor la gente está elaborando composiciones tan llenas de color, que a su lado Kandinsky parecería un principiante. Y entonces aparecen los sudores fríos. Temes que tu lienzo se manche y que cuando te des cuenta sea demasiado tarde para limpiarlo. Temes no habértelo tomado lo suficientemente en serio, y que cuando se acabe el tiempo no hayas escrito nada que merezca la pena. Temes que tu vida se convierta en una larga agonía de movimientos desesperados, acciones repetidas, mecánicas, pero inútiles a la hora de alcanzar tu objetivo. Temes que nada fluya, que todo hierva dentro de ti y que ahí muera, en forma de una maraña de ideas desordenadas.
Definitivamente el blanco nos aterroriza. Nos paraliza. Nos bloquea. Nos impide elegir con calma la combinación exacta de colores que queremos para nuestra vida.
O quizá sea eso precisamente. Quizá lo que realmente nos da miedo no es el blanco. Nos refugiamos en él y lo culpamos del fracaso de no haber sabido encontrar esos colores. Pero de eso se trata, en ello estamos. Eligiendo, probándonos unos y otros. Hay quien tiene suerte y encuentra rápidamente el que mejor le sienta. Hay quien tiene que hacer mezclas desesperadas buscando matices que no encuentra. Pero sí, en ello estamos. Disfrutemos de la búsqueda. Cojamos esa maraña con confianza e intentemos ver qué podemos hacer con ella. Al fin y al cabo, a nosotros, a nadie más que a nosotros, nos corresponde esa tarea.

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