domingo, 31 de julio de 2011

"El susurro de la caracola"

Verano. Playa o piscina, el mundo se para y coges un libro entretenido, ligero, de esos que no te hacen pensar demasiado. Si tienes menos suerte, te queda sentarte con las ventanas abiertas mientras fuera el asfalto se derrite, coger ese mismo libro, y dejarte llevar por esa misma sensación si consigues que entre algo de brisa.
Eso mismo es lo que intenté yo estos días, abrí las ventanas, me senté y me puse a leer un libro que cayó en mis manos sin mayores pretensiones que relajarme, dejarme llevar y olvidarme de todo lo demás. Tanto el título como la portada me llevaban al mar: “El susurro de la caracola”, de Màxim Huerta.
Confieso que apenas quise leer el resumen que hay en la contraportada. Me gusta el efecto sorpresa, como cuando vas a ver una película de la que no has visto el tráiler, no sabes nada de su argumento, y la vives de manera mucho más intensa. De modo que, habiendo leído sólo las dos primeras líneas de esa sinopsis, me lancé sin red. Creyendo tener entre manos ese libro ligero y con pocas pretensiones, empecé a dejarme llevar por los saltos temporales, por la historia de una mujer que conocemos por el final, sin saber muy bien de dónde viene.
Y de repente, ¡oh sorpresa! Me descubrí a mí mismo mirando a través de los ojos de esa extraña mujer. Poco a poco, casi sin darme cuenta, una figura lejana y borrosa fue apareciendo ante mis ojos. Sin concederle demasiada importancia al principio. Pero a medida que iba pasando páginas, esa figura se hacía cada vez más nítida, sus contornos se iban dibujando, sus rasgos se hacían cada vez más visibles. No sabía si era real, o sólo si la imaginación de la extraña mujer me estaba jugando una mala pasada. Y sin darme cuenta, me metí en la piel de ella. Fui feliz, me agoté, esperé, me desesperé, me ilusioné, me dormí, comí churros, me senté en una esquina, en una parada de autobús, me inventé un nombre, una vida, me enamoré. Y de golpe fui consciente de que había caído en la trampa: me había obsesionado. NECESITABA conocer más cosas de esa figura, acercarme, entrar en su vida. La mujer había dejado de ser un personaje extraño para convertirse en mis propios ojos. Su imaginación era mi imaginación. Sus ilusiones eran mis ilusiones.
Esta fue la gran sorpresa, lo que me enganchó y me hizo devorar el libro. Y de nuevo, casi sin darme cuenta, me encontré queriendo saber más cosas sobre ella. Los recuerdos, los vistazos al pasado… me fueron dibujando, a su vez, su silueta. Viajé por el Mediterráneo, compartí sus secretos, su infancia, su sufrimiento. De pronto esa mujer que parecía destinada a ser un mero filtro de mi imaginación tomó también presencia. Tenía ante mí a dos personajes de los que ansiaba por saber más: uno porque me obsesionaba y me atraía irremediablemente, y otro porque quería conocer todo sobre su pasado y lo que la había conducido a la situación desde la que arranca la novela.
Seguiría escribiendo, pero sería cruel desvelar los entresijos de este “susurro”, de esta montaña rusa de momentos dulces y salados. De este viaje inesperado, de esta lectura inicialmente sin mayores pretensiones que acabó haciendo volar mi imaginación a través de las ilusiones y los recuerdos de sus protagonistas.

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