lunes, 25 de julio de 2011

¿Por qué tanto odio?

Los acontecimientos del viernes pasado en Noruega deberían hacernos reflexionar. Porque suponen una novedad, y son fruto de serios errores que estamos cometiendo en nuestras sociedades.
En los primeros momentos nuestras mentes fueron a lo fácil: terrorismo yihadista. Fundamentalistas islamistas. Sí, los locos fanáticos que vienen de fuera a sembrar el terror en nuestra casa. Pero la realidad nos dio una bofetada en la cara. No era un fanático de fuera. Era alguien de dentro, alguien de casa.
No, no se trata de justificar nada. Es un loco, un trastornado, no cabe un acto así en una mente sana. Ni se trata de politizar los acontecimientos, todos los demócratas condenan tajantemente lo ocurrido. Pero sí se debe reflexionar.
Cuando “los malos” son de fuera es muy fácil criticar su cultura, su mentalidad… Son fanáticos religiosos a los que han sorbido el seso. Y entonces generalizamos y demonizamos a toda una población. Pero, ¡ay!, la vida es así de caprichosa. Y de repente se habla de un “fundamentalista cristiano”. Entonces, aplicando esa regla de tres… ¿qué debemos hacer? ¿Demonizar a todos los cristianos? ¿Empezar a querer cerrar iglesias? Primera lección que hemos aprendido. Quizá podamos empezar a dejar de mirarnos el ombligo y ver más allá. Este mundo que llamamos “occidente” no es el centro del universo, ni tenemos la verdad absoluta. Nuestra sociedad es (¡sorpresa!) imperfecta. También hay fanáticos entre nosotros. Al final va  a ser que nos somos tan diferentes.
Siguiente lección. Desconozco cómo funciona la política noruega. De hecho, desconozco cómo funciona la política de la mayoría de países de nuestro entorno. Pero a poco que uno esté al tanto de lo que ocurre, se da cuenta de que las posiciones se radicalizan, los discursos son cada vez más duros, se genera cada vez más odio. Partidos de carácter radical irrumpen con fuerza en los parlamentos. Afortunadamente, dicen, en nuestro país eso no es así. Esta misma mañana algún tertuliano daba gracias de que aquí no hubiese partidos de extrema derecha (por lo menos, grandes partidos). Cierto, no tenemos un Le Pen. Pero oyendo hablar a nuestros políticos… a mí personalmente se me cae la cara de vergüenza. La inmensa mayoría de las veces, en lugar de buscar soluciones a los problemas de las personas, en lugar de llegar a puntos en común, en lugar de trabajar para la ciudadanía… se enzarzan en discusiones absurdas, en peleas infantiles… y en estas discusiones van subiendo el tono cada vez más, generando una crispación, un odio… que irremediablemente se acaba transmitiendo a esos mismos ciudadanos. ¿Debemos entonces extrañarnos de que la crispación y el odio se instalen en la sociedad?
Y se me ocurre otra lección a raíz de la anterior. Porque las palabras de esa clase política tan ocupada en insultarse nos llegan a través de una serie de altavoces. Esos altavoces llamados “medios de comunicación”. Sinceramente, yo creo que la objetividad entendida en su concepto más puro es prácticamente imposible cuando el filtro es la mente humana. Como humanos, siempre contagiamos la información con algo nuestro, personal. Esos medios de comunicación son, en sí mismos, grupos humanos. Con lo cual no voy a pedir una objetividad cristalina a esos medios. Asumo que cada uno tendrá sus afinidades, sus simpatías, su “línea editorial”. El problema es cuando esa línea editorial, lejos de servir como mera correa informativa, acrecenta el odio y la crispación. Cuando confunde de manera descarada “información” con “opinión”, recurriendo muchas veces sin apenas disimularlo a la mentira para apoyar sus argumentos. Y de esta manera, con premeditación y alevosía, confunde a su vez a la ciudadanía. Y ese odio, esa crispación, esa violencia verbal de los políticos se multiplica a la enésima potencia en un serio ejercicio de irresponsabilidad periodística.
No voy a justificar a un loco, a un psicópata, a un asesino. No pretendo restarle un ápice de culpa. Pero creo que nuestras sociedades, nuestros políticos y algunos de nuestros medios de comunicación deberían tomarse lo ocurrido como una señal de advertencia. No nos merecemos tanto odio.

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