domingo, 16 de octubre de 2011

El camino hacia la paz

Siempre he pensado que hay temas que me quedan demasiado grandes. Temas sobre los que debo opinar con prudencia, por ser demasiado serios y complejos. Uno tiene su opinión al respecto, reflexiona, se forja un criterio… pero deja que los expertos tengan la voz.
Sin embargo, la tendencia en los últimos tiempos en este bendito país es que todo el mundo puede opinar y tratar de imponer su criterio. Y si no comulgas con ellos, eres casi un enviado del mismísimo demonio. Se acumulan las declaraciones, y uno apela a ese criterio que se había forjado en silencio, empieza a considerar que el vaso se está desbordando… y acaba reventando ante la sucesión de sandeces que se pueden llegar a decir sin despeinarse.
Y sí, de un tiempo a esta parte me ha ocurrido esto con uno de los temas más espinosos  que tenemos entre manos: el terrorismo de ETA. Cuánta literatura se ha escrito últimamente al respecto. Cuántas portadas ha ocupado. Cuántas declaraciones públicas.
Punto 1: Siempre he considerado que lo peliagudo de la cuestión hace que mis representantes democráticamente elegidos deben tener mi más absoluta confianza para afrontar el asunto. Ellos tienen la información, los medios y la experiencia para intentar atajarlo. Todos los gobiernos democráticos lo han intentado con mayor o menor éxito. Pero a ninguno se le puede achacar que haya tenido mala fe, o que haya pretendido ser cómplice de los terroristas. Sin embargo, se han llenado muchas portadas últimamente con acusaciones de este tipo.
Punto 2: Precisamente como no tengo la información ni los medios de que disponen los expertos, ni remotamente se me ocurriría jamás intentar dirigir la política antiterrorista. Lamentablemente algunos conciudadanos que han sido tristemente víctimas directas del terrorismo (razón por la cual siempre contarán con la solidaridad de todo el pueblo español), han creído que su situación les hace expertos en la materia y con autoridad suficiente para marcar qué política es la correcta y cuál no. Entiendo su dolor, entiendo su rabia, siempre tendrán mi hombro… pero resulta inadmisible que asociaciones e incluso partidos políticos ejerzan de altavoces de sus opiniones personales en este tema y lo eleven a categoría de voz experta.
Punto 3: Es bastante sensato pensar que en temas tan complejos sea preferible actuar desde la frialdad y la razón, no desde la víscera y el rencor. Es la cualidad que debe diferenciar a los demócratas de los terroristas. Razón por la que, como he mencionado, las víctimas deben ser consoladas y atendidas pero no deben dirigir la política antiterrorista de un Estado. Debe trabajarse desde la inteligencia, desde la estrategia, y fundamentalmente desde el objetivo principal de que no haya una sola víctima más de la violencia. Es decir, las víctimas pasadas son importantísimas, pero más lo deben ser en esta estrategia las víctimas potenciales, que somos todos y cada uno de los ciudadanos. Cada nueva baja supone un nuevo fracaso en esta política.
Punto 4: Como ciudadano que delego esta responsabilidad en mis representantes doy por hecho que hay determinada información que, al menos en un primer momento, no voy a conocer. Que la prudencia será siempre una máxima. Y que salir a la calle para exigir a un gobierno que no sea cauto y que me cuente absolutamente cada paso que está siguiendo no es más que poner palos en las ruedas.
Punto 5: El Gobierno de turno tiene la responsabilidad de hacer todo lo que esté en su mano para erradicar este problema. Y tiene derecho a equivocarse, como otros gobiernos se han equivocado. En esta tarea es labor indispensable de todos los demócratas apoyar el trabajo de quien ostenta esa responsabilidad. Cualquier otra actitud es simple y llanamente una traición al país entero. Quien adopta ese comportamiento no puede envolverse en banderas, creerse único salvador de la patria. Máxime cuando esas palabras provienen de personas que también han probado suerte y no lo han logrado.
Punto 6: En la estrategia antiterrorista de un Gobierno, el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es fundamental, pero esta vía debe apoyarse en todas aquellas otras que ayuden a poner punto y final al asunto. Manejar toda la información que sea posible, de todos los actores intervinientes en la cuestión. De un lado y de otro. El diálogo, la transmisión de información, nunca puede ser negativa. Una vez más, esta debe ser la diferencia entre los demócratas y los violentos: los demócratas debemos estar dispuestos a hablar, a negociar, a ser flexibles si el bien que podemos obtener con ello es lo suficientemente grande. No debemos cerrarnos a recibir consejo de personas que, en otros lugares, han participado en experiencias más o menos similares. Decir que estas personas no tienen “ni puñetera idea” es poner un palo más en la rueda. Una nueva deslealtad a la “patria”. Yo, como ciudadano, quiero y exijo que mis políticos se reúnan con quien sea necesario para zanjar esta situación.

Si los acontecimientos siguen el curso previsto, más bien pronto que tarde acabaremos con este problema. Y será una victoria de TODOS, sin importar ideologías. Siempre que vayamos todos de la mano en ese final. Siempre que nadie intente ponerse la medalla, o que nadie levante la voz diciendo que tenía la razón al criticar al adversario. Si no, cimentaremos una paz falsa, frágil. Y después de tanto tiempo, de tanto dolor, de tanto sacrificio… ese es un lujo que no nos podemos permitir.

viernes, 7 de octubre de 2011

20N: La encrucijada

Pocas veces en la historia más reciente de nuestro país había llegado alguien como yo a unas elecciones generales en medio de una encrucijada tan grande. Y me temo que no soy el único, el panorama está como para que alguien tenga las cosas claras.
Ninguno de los presentes ha vivido una crisis global de dimensiones remotamente parecidas, por más que haya quien diga que en el 96 también había crisis y se arregló, o que el problema que padecemos es nacional y nada tiene q ver con la situación global. Hay movimientos sociales muy fuertes que han ilusionado a muchos, luego se han deshilachado, algunos dicen que han perdido el norte, otros siguen confiando plenamente en ellos. Y a caballo con lo anterior, muchos ciudadanos se han cuestionado si el modelo democrático actual merece la pena, si la voz del pueblo tiene importancia o solamente se le hace caso en campaña electoral.
Sí, muchos ciudadanos estamos perdidos, no sabemos muy bien cómo debemos afrontar la cita que tenemos con las urnas en poco más de un mes. El panorama es ciertamente desolador.
Por un lado, los flamantes vencedores que ya se comportan como tales sin habernos dejado todavía depositar nuestro voto. Un comportamiento tan crecido de un tiempo a esta parte que resulta vergonzante. Pero que, en un por si acaso, y no vaya a ser que asustemos a alguien y no tengamos mayoría absoluta, esconden sus bazas todo lo posible. No hablan claro, sólo musitan ambigüedades, promesas a medio gas, globos sonda, que si un “ya veremos”, que si un “no es una promesa electoral, es sólo un deseo”.
Estos señores que ya se ven en la Moncloa, y que desde hace unos meses ya gobiernan casi todas las autonomías. Autonomías en las que, lo admitan o no, ya han empezado enseñar sus cartas, aunque guardando las formas para no espantar a los votantes menos convencidos. Y es que, según el lenguaje que Mariano Rajoy utilizó hace unos días para ejemplificar lo que es endeudamiento, se puede explicar lo que es un “recorte” con la misma regla de tres: si yo el año pasado gastaba 10 en esta partida, y  este año sólo le dedico 6, he recortado. Ni más ni menos. Lo llamen como lo llamen. Eso en mi pueblo se llama RECORTAR la partida presupuestaria.
Estos señores están tan crecidos, y ven tan absolutamente segura su victoria aplastante, que no dudan en menospreciar a quien se atreve a contestar su política, llamándole “perroflauta” o “vago”. Señores que hoy dicen blanco, y cuando ven que eso incendia los ánimos, mañana dicen negro. Todo vale cuando tienes el poder casi garantizado.
Todo el mundo sabe cuál va a ser su política. Porque intentan esconderlo, pero se les nota. Y es evidente que las circunstancias son tan excepcionales que no lo vamos a poder pasar precisamente bien en los próximos años. Pero cuando uno esconde tanto sus intenciones, nada bueno se puede esperar. Han negado repetidamente que se deba a una circunstancia global, que toda la culpa de la situación actual se debe única y exclusivamente a la incapacidad de Zapatero. Y para justificar la política que van a desarrollar se escudan en la nefasta herencia del gobierno socialista. De la misma manera que lo hacen en varias comunidades (véase Castilla la Mancha). Y yo me pregunto: ¿qué ocurre en las comunidades que ya gobernaban ellos y están haciendo recortes? ¿Ahí no hay herencia? ¿Qué ocurrirá si se cumplen las previsiones y la crisis internacional sigue ahondándose? ¿Pasados un par de años de legislatura seguirán culpando a la herencia recibida?
Pasemos al otro lado: el partido que presumiblemente perderá el gobierno, y lo hará de manera estrepitosa. Su hasta hace pocas semanas líder tuvo que renunciar a todo su sistema de creencias ante una circunstancia que le vino grande, no supo prever, negó por diversas circunstancias, y cuando le reventó no supo manejar. Ojo, no supo manejar él ni ningún otro líder mundial. Y quien argumente que la situación española es peor que en otros países, debería ver la peculiaridad del origen de nuestra bonanza reciente, y la diferencia con esos otros países; razón que llevó a nuestra crisis a terrenos más farragosos (fundamentalmente un paro disparado). Pero eso es otro debate. El caso es que el partido gobernante tuvo que tirar a la basura toda su base ideológica para adaptarse a unas órdenes impuestas desde fuera de nuestras fronteras. Y eso les alejó de su electorado y sembró dudas entre sus propias filas.
Ahora hay otro líder. Un líder que, cuando trabajaba a la sombra del Presidente del Gobierno, acataba su peculiar modo personalista de dirigir la política del país. Y ahora intenta limpiar su imagen, hacer ver que aquellas decisiones no eran suyas, que eran otras circunstancias y que próximamente habrá que dar nuevas respuestas. Bien, quizá sea cierto, el planteamiento no es descabellado. Pero ¿cómo puede ganarse la confianza de los ciudadanos? ¿Por qué debemos creerle ahora? ¿Cómo va a solucionar cosas que no pudo solucionar hace un año? Ese es su principal escollo, convencer a los votantes. Ganar de nuevo una confianza que su partido ha perdido. Volver a tener credibilidad. Y eso no se consigue de la noche a la mañana.
Pero no es ese su único caballo de batalla. A nivel interno, debido a la renuncia que su predecesor tuvo que llevar a cabo de sus pilares ideológicos, su propia gente está perdida, alborotada, hay quien no sabe muy bien a qué atenerse. Otros muchos huyen en desbandada ante el más que probable desastre electoral. Así que la tarea de Rubalcaba (Alfredo, para los amigos) es doblemente difícil: recuperar la confianza de su base electoral, y apagar fuegos internos. Demasiada tarea para un hombre en tan poco tiempo.
Y es que, dada la situación interna del partido, dada la pérdida ideológica de muchos de sus integrantes en una situación mundial tan adversa para las ideologías… sin duda la mejor opción sería una debacle electoral de dimensiones gigantescas que obligue a una profunda reflexión y a una reconstrucción completa. Ahora bien… esa posibilidad dejaría el país en manos de una mayoría no absoluta, sino casi imperial, de su gran rival. Y eso, visto lo visto, no sería ni por asomo la mejor opción para España.
Y por fin… tenemos un conglomerado de partidos. Los que ya tenían representación parlamentaria (nacionalistas, IU, UPyD…) y multitud de otras formaciones que estos días se esfuerzan por recoger los avales necesarios para poder presentar su candidatura a las elecciones. Me temo que, por mucho que se movilicen, poco tendrán que pinchar. Algunos subirán o bajarán algún escaño, otros quizá consigan entrar en el Parlamento (Equo parece que podría conseguirlo). Pero la conciencia general de que el PP va a arrasar, el pesimismo generalizado, la desafección por la clase política… hará que los menos convencidos se queden en su casa el 20 de noviembre, lo que perjudicará sin duda a muchos de estos partidos pequeños (por no mencionar los votantes socialistas que tampoco acudirán a votar).
Así pues, el panorama es desolador. Un partido con una base electoral muy convencida arrasará. Otro partido caerá en picado. Muchos votantes se debatirán entre votar a grupos minoritarios confiando en que otros también lo hagan. Otros votarán socialista no por convicción, sino por frenar el avance conservador y hacer que su victoria no sea tan arrolladora (o quizá en un acto de fe de creer las buenas palabras del candidato). Y otros, pensando en que da igual a quién voten, puesto que las políticas serán las mismas, se quedarán en sus casas.
Yo no soy quién para decir a nadie cuál es la mejor opción. Sólo sé lo que yo haré. Yo votaré. Seguiré escuchando propuestas hasta el último momento. Reflexionaré. Ponderaré. Y llegado el momento, cogeré la papeleta que mi corazón me dicte, la meteré en el sobre y la depositaré en la urna, queriendo confiar aún en esta democracia.
Recelo de ella, pero le daré un voto más. Mi voto de confianza.