domingo, 16 de octubre de 2011

El camino hacia la paz

Siempre he pensado que hay temas que me quedan demasiado grandes. Temas sobre los que debo opinar con prudencia, por ser demasiado serios y complejos. Uno tiene su opinión al respecto, reflexiona, se forja un criterio… pero deja que los expertos tengan la voz.
Sin embargo, la tendencia en los últimos tiempos en este bendito país es que todo el mundo puede opinar y tratar de imponer su criterio. Y si no comulgas con ellos, eres casi un enviado del mismísimo demonio. Se acumulan las declaraciones, y uno apela a ese criterio que se había forjado en silencio, empieza a considerar que el vaso se está desbordando… y acaba reventando ante la sucesión de sandeces que se pueden llegar a decir sin despeinarse.
Y sí, de un tiempo a esta parte me ha ocurrido esto con uno de los temas más espinosos  que tenemos entre manos: el terrorismo de ETA. Cuánta literatura se ha escrito últimamente al respecto. Cuántas portadas ha ocupado. Cuántas declaraciones públicas.
Punto 1: Siempre he considerado que lo peliagudo de la cuestión hace que mis representantes democráticamente elegidos deben tener mi más absoluta confianza para afrontar el asunto. Ellos tienen la información, los medios y la experiencia para intentar atajarlo. Todos los gobiernos democráticos lo han intentado con mayor o menor éxito. Pero a ninguno se le puede achacar que haya tenido mala fe, o que haya pretendido ser cómplice de los terroristas. Sin embargo, se han llenado muchas portadas últimamente con acusaciones de este tipo.
Punto 2: Precisamente como no tengo la información ni los medios de que disponen los expertos, ni remotamente se me ocurriría jamás intentar dirigir la política antiterrorista. Lamentablemente algunos conciudadanos que han sido tristemente víctimas directas del terrorismo (razón por la cual siempre contarán con la solidaridad de todo el pueblo español), han creído que su situación les hace expertos en la materia y con autoridad suficiente para marcar qué política es la correcta y cuál no. Entiendo su dolor, entiendo su rabia, siempre tendrán mi hombro… pero resulta inadmisible que asociaciones e incluso partidos políticos ejerzan de altavoces de sus opiniones personales en este tema y lo eleven a categoría de voz experta.
Punto 3: Es bastante sensato pensar que en temas tan complejos sea preferible actuar desde la frialdad y la razón, no desde la víscera y el rencor. Es la cualidad que debe diferenciar a los demócratas de los terroristas. Razón por la que, como he mencionado, las víctimas deben ser consoladas y atendidas pero no deben dirigir la política antiterrorista de un Estado. Debe trabajarse desde la inteligencia, desde la estrategia, y fundamentalmente desde el objetivo principal de que no haya una sola víctima más de la violencia. Es decir, las víctimas pasadas son importantísimas, pero más lo deben ser en esta estrategia las víctimas potenciales, que somos todos y cada uno de los ciudadanos. Cada nueva baja supone un nuevo fracaso en esta política.
Punto 4: Como ciudadano que delego esta responsabilidad en mis representantes doy por hecho que hay determinada información que, al menos en un primer momento, no voy a conocer. Que la prudencia será siempre una máxima. Y que salir a la calle para exigir a un gobierno que no sea cauto y que me cuente absolutamente cada paso que está siguiendo no es más que poner palos en las ruedas.
Punto 5: El Gobierno de turno tiene la responsabilidad de hacer todo lo que esté en su mano para erradicar este problema. Y tiene derecho a equivocarse, como otros gobiernos se han equivocado. En esta tarea es labor indispensable de todos los demócratas apoyar el trabajo de quien ostenta esa responsabilidad. Cualquier otra actitud es simple y llanamente una traición al país entero. Quien adopta ese comportamiento no puede envolverse en banderas, creerse único salvador de la patria. Máxime cuando esas palabras provienen de personas que también han probado suerte y no lo han logrado.
Punto 6: En la estrategia antiterrorista de un Gobierno, el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es fundamental, pero esta vía debe apoyarse en todas aquellas otras que ayuden a poner punto y final al asunto. Manejar toda la información que sea posible, de todos los actores intervinientes en la cuestión. De un lado y de otro. El diálogo, la transmisión de información, nunca puede ser negativa. Una vez más, esta debe ser la diferencia entre los demócratas y los violentos: los demócratas debemos estar dispuestos a hablar, a negociar, a ser flexibles si el bien que podemos obtener con ello es lo suficientemente grande. No debemos cerrarnos a recibir consejo de personas que, en otros lugares, han participado en experiencias más o menos similares. Decir que estas personas no tienen “ni puñetera idea” es poner un palo más en la rueda. Una nueva deslealtad a la “patria”. Yo, como ciudadano, quiero y exijo que mis políticos se reúnan con quien sea necesario para zanjar esta situación.

Si los acontecimientos siguen el curso previsto, más bien pronto que tarde acabaremos con este problema. Y será una victoria de TODOS, sin importar ideologías. Siempre que vayamos todos de la mano en ese final. Siempre que nadie intente ponerse la medalla, o que nadie levante la voz diciendo que tenía la razón al criticar al adversario. Si no, cimentaremos una paz falsa, frágil. Y después de tanto tiempo, de tanto dolor, de tanto sacrificio… ese es un lujo que no nos podemos permitir.

viernes, 7 de octubre de 2011

20N: La encrucijada

Pocas veces en la historia más reciente de nuestro país había llegado alguien como yo a unas elecciones generales en medio de una encrucijada tan grande. Y me temo que no soy el único, el panorama está como para que alguien tenga las cosas claras.
Ninguno de los presentes ha vivido una crisis global de dimensiones remotamente parecidas, por más que haya quien diga que en el 96 también había crisis y se arregló, o que el problema que padecemos es nacional y nada tiene q ver con la situación global. Hay movimientos sociales muy fuertes que han ilusionado a muchos, luego se han deshilachado, algunos dicen que han perdido el norte, otros siguen confiando plenamente en ellos. Y a caballo con lo anterior, muchos ciudadanos se han cuestionado si el modelo democrático actual merece la pena, si la voz del pueblo tiene importancia o solamente se le hace caso en campaña electoral.
Sí, muchos ciudadanos estamos perdidos, no sabemos muy bien cómo debemos afrontar la cita que tenemos con las urnas en poco más de un mes. El panorama es ciertamente desolador.
Por un lado, los flamantes vencedores que ya se comportan como tales sin habernos dejado todavía depositar nuestro voto. Un comportamiento tan crecido de un tiempo a esta parte que resulta vergonzante. Pero que, en un por si acaso, y no vaya a ser que asustemos a alguien y no tengamos mayoría absoluta, esconden sus bazas todo lo posible. No hablan claro, sólo musitan ambigüedades, promesas a medio gas, globos sonda, que si un “ya veremos”, que si un “no es una promesa electoral, es sólo un deseo”.
Estos señores que ya se ven en la Moncloa, y que desde hace unos meses ya gobiernan casi todas las autonomías. Autonomías en las que, lo admitan o no, ya han empezado enseñar sus cartas, aunque guardando las formas para no espantar a los votantes menos convencidos. Y es que, según el lenguaje que Mariano Rajoy utilizó hace unos días para ejemplificar lo que es endeudamiento, se puede explicar lo que es un “recorte” con la misma regla de tres: si yo el año pasado gastaba 10 en esta partida, y  este año sólo le dedico 6, he recortado. Ni más ni menos. Lo llamen como lo llamen. Eso en mi pueblo se llama RECORTAR la partida presupuestaria.
Estos señores están tan crecidos, y ven tan absolutamente segura su victoria aplastante, que no dudan en menospreciar a quien se atreve a contestar su política, llamándole “perroflauta” o “vago”. Señores que hoy dicen blanco, y cuando ven que eso incendia los ánimos, mañana dicen negro. Todo vale cuando tienes el poder casi garantizado.
Todo el mundo sabe cuál va a ser su política. Porque intentan esconderlo, pero se les nota. Y es evidente que las circunstancias son tan excepcionales que no lo vamos a poder pasar precisamente bien en los próximos años. Pero cuando uno esconde tanto sus intenciones, nada bueno se puede esperar. Han negado repetidamente que se deba a una circunstancia global, que toda la culpa de la situación actual se debe única y exclusivamente a la incapacidad de Zapatero. Y para justificar la política que van a desarrollar se escudan en la nefasta herencia del gobierno socialista. De la misma manera que lo hacen en varias comunidades (véase Castilla la Mancha). Y yo me pregunto: ¿qué ocurre en las comunidades que ya gobernaban ellos y están haciendo recortes? ¿Ahí no hay herencia? ¿Qué ocurrirá si se cumplen las previsiones y la crisis internacional sigue ahondándose? ¿Pasados un par de años de legislatura seguirán culpando a la herencia recibida?
Pasemos al otro lado: el partido que presumiblemente perderá el gobierno, y lo hará de manera estrepitosa. Su hasta hace pocas semanas líder tuvo que renunciar a todo su sistema de creencias ante una circunstancia que le vino grande, no supo prever, negó por diversas circunstancias, y cuando le reventó no supo manejar. Ojo, no supo manejar él ni ningún otro líder mundial. Y quien argumente que la situación española es peor que en otros países, debería ver la peculiaridad del origen de nuestra bonanza reciente, y la diferencia con esos otros países; razón que llevó a nuestra crisis a terrenos más farragosos (fundamentalmente un paro disparado). Pero eso es otro debate. El caso es que el partido gobernante tuvo que tirar a la basura toda su base ideológica para adaptarse a unas órdenes impuestas desde fuera de nuestras fronteras. Y eso les alejó de su electorado y sembró dudas entre sus propias filas.
Ahora hay otro líder. Un líder que, cuando trabajaba a la sombra del Presidente del Gobierno, acataba su peculiar modo personalista de dirigir la política del país. Y ahora intenta limpiar su imagen, hacer ver que aquellas decisiones no eran suyas, que eran otras circunstancias y que próximamente habrá que dar nuevas respuestas. Bien, quizá sea cierto, el planteamiento no es descabellado. Pero ¿cómo puede ganarse la confianza de los ciudadanos? ¿Por qué debemos creerle ahora? ¿Cómo va a solucionar cosas que no pudo solucionar hace un año? Ese es su principal escollo, convencer a los votantes. Ganar de nuevo una confianza que su partido ha perdido. Volver a tener credibilidad. Y eso no se consigue de la noche a la mañana.
Pero no es ese su único caballo de batalla. A nivel interno, debido a la renuncia que su predecesor tuvo que llevar a cabo de sus pilares ideológicos, su propia gente está perdida, alborotada, hay quien no sabe muy bien a qué atenerse. Otros muchos huyen en desbandada ante el más que probable desastre electoral. Así que la tarea de Rubalcaba (Alfredo, para los amigos) es doblemente difícil: recuperar la confianza de su base electoral, y apagar fuegos internos. Demasiada tarea para un hombre en tan poco tiempo.
Y es que, dada la situación interna del partido, dada la pérdida ideológica de muchos de sus integrantes en una situación mundial tan adversa para las ideologías… sin duda la mejor opción sería una debacle electoral de dimensiones gigantescas que obligue a una profunda reflexión y a una reconstrucción completa. Ahora bien… esa posibilidad dejaría el país en manos de una mayoría no absoluta, sino casi imperial, de su gran rival. Y eso, visto lo visto, no sería ni por asomo la mejor opción para España.
Y por fin… tenemos un conglomerado de partidos. Los que ya tenían representación parlamentaria (nacionalistas, IU, UPyD…) y multitud de otras formaciones que estos días se esfuerzan por recoger los avales necesarios para poder presentar su candidatura a las elecciones. Me temo que, por mucho que se movilicen, poco tendrán que pinchar. Algunos subirán o bajarán algún escaño, otros quizá consigan entrar en el Parlamento (Equo parece que podría conseguirlo). Pero la conciencia general de que el PP va a arrasar, el pesimismo generalizado, la desafección por la clase política… hará que los menos convencidos se queden en su casa el 20 de noviembre, lo que perjudicará sin duda a muchos de estos partidos pequeños (por no mencionar los votantes socialistas que tampoco acudirán a votar).
Así pues, el panorama es desolador. Un partido con una base electoral muy convencida arrasará. Otro partido caerá en picado. Muchos votantes se debatirán entre votar a grupos minoritarios confiando en que otros también lo hagan. Otros votarán socialista no por convicción, sino por frenar el avance conservador y hacer que su victoria no sea tan arrolladora (o quizá en un acto de fe de creer las buenas palabras del candidato). Y otros, pensando en que da igual a quién voten, puesto que las políticas serán las mismas, se quedarán en sus casas.
Yo no soy quién para decir a nadie cuál es la mejor opción. Sólo sé lo que yo haré. Yo votaré. Seguiré escuchando propuestas hasta el último momento. Reflexionaré. Ponderaré. Y llegado el momento, cogeré la papeleta que mi corazón me dicte, la meteré en el sobre y la depositaré en la urna, queriendo confiar aún en esta democracia.
Recelo de ella, pero le daré un voto más. Mi voto de confianza.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El árbol de la vida

“El árbol de la vida” es un experimento muy… bonito. Su mezcla de música y de imágenes es mágica. Muchos momentos te llegan a tocar en lo más profundo. El elenco es de lujo. Entonces… ¿por qué salí del cine tan enfadado?
Sí, salí del cine muy enfadado, y hasta con algo de ansiedad si se me permite. Deseando soltar sapos y culebras sobre lo que acababa de ver. Dos horas y cuarto rodeado de otros espectadores que se removía en sus butacas, que no sabía ya cómo ponerse. Espectadores que dejaron escapar más de una risa cuando (¡por fin!) aparecieron los títulos de crédito.
A medida que pasan las horas intento ser más benevolente y hacer un análisis más sereno. Y, fundamentalmente, quiero ser breve (al contrario que Malick).
Y es que supongo que desde un punto de vista, digamos, “erudito” se puede desmenuzar la película buscando mil referentes, símiles, metáforas… Y se la calificaría de obra de arte, obra maestra. Yo simplemente tengo la visión de un espectador de a pie, que sabía que se iba a encontrar una película densa… pero no esto.
Insisto: la cinta es bellísima. La historia es enternecedora. A nivel visual y poético una maravilla. Aunque… me perdonarán ustedes, pero desde mi punto de vista, esto no es una película. Si pretende serlo, le sobra más de una hora de metraje. Por lo demás, como instalación audiovisual enmarcada en una exposición de arte contemporáneo, dentro de una sala en la que uno pueda entrar y salir libremente, sería magnífica. Pero encerrar a los espectadores durante esas largas (insisto) dos horas y cuarto… roza la crueldad. Esta pretenciosidad del director se ha cargado lo que podría haber sido una obra maestra. Y es que, con la belleza que encierra, con esas interpretaciones… podría haberme enganchado durante hora y pico. Y yo habría salido sobrecogido de la sala.
Por el contrario, durante la primera media hora llegué a temer que toda la película tuviese la misma tónica. Un precioso documental de La 2. Con un (siento ser tan sincero) tronchante momento “parque jurásico” (¿de verdad era necesario?). Cuando vuelve a la historia que nos ocupa, engancha. Pero esta historia se dilata una vez más, y al final a uno le invade una terrible tentación de mirar el reloj. Afortunadamente, Jessica Chastain está tan sumamente maravillosa en su papel de madre sufridora y cómplice de sus hijos que hace que volvamos a mostrar interés en la historia. El niño Hunter McCracken también hace un buen trabajo. Brad Pitt, más que correcto. Fiona Shaw, enorme como siempre, aunque casi desapercibida. Y Sean Penn… ¡anda ya! ¿En serio? Es uno de los mayores timos de la historia del cine. Aparece como reclamo en todos los carteles, y lo único que hace es aparecer durante algunos minutos caminando con la mirada perdida. Uno de los mayores timos, y uno de los mayores desperdicios de talento actoral.
En fin, el gran fallo de esta ¿película? es su pretenciosidad. Tiene momentos brillantes. Pero el exceso de metraje agota, y hace que todas las virtudes que posee (que son muchas) acaben desquiciando, y que el conjunto se desmorone. Una pena.
Se me permitirá terminar con una apreciación. Julio Medem recibió más que duras críticas por su pretenciosa y excesivamente personal “Caótica Ana”. Yo he encontrado, salvando las distacias, cierto aire similar entre ambas cintas (tendría que revisar la cinta de Medem, pero me da demasiada pereza). Claro, Malick es un “director de culto”. Se me olvidaba ese detalle.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La piel que habito

Se ha escrito mucho, quizá demasiado, sobre “La piel que habito”. Por eso mismo me daba una pereza descomunal hacerlo yo también. Pero, como suele decirse de Pedro, o lo amas o lo odias. El 99% de lo escrito así lo demuestra. Se habla de obra maestra o de fraude. Yo prefiero un término medio, por eso me he animado a sentarme y reflexionar.
Sí, soy de los que prefieren el término medio. Hace películas buenas, hace películas muy buenas, y a veces hace cosas que no hay por donde cogerlas. Qué le vamos a hacer, este señor (hasta donde yo sé) es humano.
Hay quien echa de menos la locura de sus antiguas películas, el colorido y los personajes llevados al límite. Y por eso su último cine, y en particular “La piel que habito”, les aburre soberanamente. Yo siempre he dicho que lo mejor de Almodóvar, y la seña de identidad de todas sus películas, es que hace verosímiles historias aparentemente inverosímiles. Y esta vez no se queda corto. A cualquiera que le cuentes el argumento de esta última locura pensará, precisamente, que estás loco. Que eso no hay quien se lo crea, que… vaya paja mental. Pero ahí lo tienes, poco a poco, disfrazado de algo sobrio, frío, oscuro… y cuando te quieres dar cuenta, te han contado semejante historia como quien dice que va a llover. Sin despeinarse.
Y es que precisamente creo que ese es el gran valor de esta película. No estamos ante el Almodóvar de los inicios, en el que desde un principio entras en el código de que todo es una locura. No. Esta vez todo es aparentemente “serio”. Una película nada almodovariana. Podría estar firmada por cualquier otro director y te lo creerías. Alguna pincelada personal, como la irrupción del tigre brasileño, y poco más. Así van pasando los minutos, la historia parece que evoluciona por cauces normales, poco de extraño, incluso parece que va a caer en el tedio… y cuando ya te has relajado, aparece la firma del director. Sin saber cómo, te acaba de contar algo tremendamente retorcido. Con mucho preliminar, con mucho precalentamiento, con mucha sutileza. Te ha anestesiado para que sea menos traumático. Y te lo has tragado entero. Como la secuencia de los consoladores: empezando por el más pequeño, hasta que al llegar al más grande ya has “dilatado” lo suficiente.
Se dice que es demasiado inverosímil. Que no hay por dónde cogerla. Que la historia no es redonda. Pero es que estamos hablando de una manera muy personal de narrar. El día que Almodóvar haga una película verosímil, académica, redonda… no será Almodóvar. Y seguramente esos que tan encendidamente le critican hoy, le criticarán por lo contrario. Hay evolución, hay madurez… pero hay marca de la casa.
Yo sí hago una crítica a la película. Y es que en ese juego en el que nos engaña, nos suelta mil cebos, nos hace creer que la historia va a ser otra… en ese juego de una narración de un pasado oscuro a la luz de una fogata, de un largo flashback… se entretiene demasiado. Esa anestesia antes de soltar la bomba puede llegar a dormir al espectador más impaciente. Supongo que de manera consciente hay cierto “bache” argumental en el que crees que la historia está divagando, que se está deshilachando, que te están contando algo que no tiene absolutamente nada que ver. En el momento de la bofetada, evidentemente, descubres que todo tiene un nexo, que todo está conectado. Pero ese “bache” es arriesgadamente largo. Es cierto que provoca las ganas de un segundo visionado para degustar toda la historia con conciencia de lo que está pasando. Pero en esa elección, en esa dilatación, corre el riesgo de perder muchos adeptos. Por eso mismo no le otorgo el título de obra maestra. Lo guardaremos para otra ocasión.
Mención aparte merecen las interpretaciones. Antonio Banderas y Elena Anaya están soberbios. Yo soy de los que llevan tiempo reivindicando un Goya para ella. Confío en que esta sea la ocasión. Aunque tengo que confesar que me ha sabido a poco, que por la peculiaridad de la estructura narrativa no la he disfrutado lo suficiente, me han faltado minutos en pantalla para ella (amor de fan, qué le vamos a hacer). Confío en que Pedro cumpla lo que dijo en una reciente entrevista: empieza su etapa Elena Anaya. Jan  Cornet hace también un trabajo magnífico, y Marisa Paredes aporta el tono más… almodovariano, quizá. Y espero que se me permita manifestar mi “amor de fan” una vez más, en esta ocasión hacia Bárbara Lennie, breve pero maravillosa, y con la esperanza de que repita a las órdenes de Pedro con un personaje de mayor peso.

sábado, 27 de agosto de 2011

Decirte hola

Podía haber dicho a mi jefa que no podía empezar más tarde, que tenía prisa y quería salir a mi hora. Podía no haberme entretenido y no haber dedicado más tiempo del que me correspondía. Podía no haber tomado el camino largo para coger el metro. De hecho, podía haber intentado coger el último autobús. Podía haber ido a ritmo más rápido en lugar de ir tranquilamente disfrutando de la buena temperatura de la noche de finales de agosto. Al llegar al andén, podía haberme colocado más cerca del principio o del final del tren.
Pero no, llegué a coger ese metro precisamente, y me coloqué en ese punto exacto del andén. Y cuando se abrieron las puertas, me tropecé con tu mirada. Y sin pensarlo me senté justo en el asiento frente al tuyo. Como guiado por un impulso.
Y la gente subía y bajaba a cada parada. Y tú y yo nos esquivábamos las miradas. Cuando éstas tropezaban, las desviábamos como si las empujase un resorte. Como los polos de dos imanes que, al acercarse, salen disparados en direcciones opuestas.
Tú salías de fiesta, tu ropa te delataba. Te habías arreglado, te habías peinado, habías elegido los complementos, ningún detalle había sido dejado al azar. Y yo… yo con un sombrero ridículo que había utilizado esa misma noche, y mi bolsa con la ropa del trabajo.
Y esa duda de… ¿dónde se bajará? Y las miradas seguían tropezando. Tú con una sonrisa burlona y tranquila, y unos ojos que no sabría decir si eran verdes o azules. Y yo… yo son sin saber ya a dónde mirar.
Y anunciaron la parada. Tú te pusiste en pie inmediatamente, aún dentro del túnel, cómo anunciando “oye, yo me bajo en esta”. Y yo… yo esperé a salir del túnel, y mientras el vagón iba frenando me puse también de pie, y me coloqué a tu lado. Y comprobé también habías seleccionado el perfume para una noche de fiesta.
Se abrieron las puertas, y tras un segundo de duda, tú saliste. Yo salí detrás de ti, te seguía un par de pasos por detrás.
Y subimos los largos tramos de escaleras mecánicas. Pero no con prisa. Nos deleitamos en dejar que las escaleras nos subieran. Tú mirabas hacia abajo en lugar de mirar, como solemos, hacia arriba, hacia nuestro destino. Y yo… yo apenas me atrevía a levantar la mirada. Cuando lo hacía, volvíamos a tropezarnos y a esquivarnos.
En el último tramo arriesgaste, miraste fijamente. Y yo… bueno, yo intenté vencer ese resorte y mantener también mi mirada. Confieso que me costó hacerlo durante tantos segundos.
Y las escaleras se acabaron, y había que salir a la superficie… al mundo real. En cuanto pisaste la acera, tú frenaste, y te echaste a un lado… y miraste de reojo hacia mí, como preguntándome cuáles serían mis siguientes movimientos.
Y tú te quedaste ahí, junto a la boca del  metro, esperando a tus amigos que llegaban más tarde que tú. Y yo… yo dudé, te miré de soslayo… y casi a cámara lenta emprendí el camino hacia mi casa. Esperé un semáforo que podía haber cruzado en rojo sin peligro. Y cuando por fin el muñeco se puso en verde, me giré. Tú seguías en el mismo lugar, esperando de pie, sin moverte. Te miré un segundo… y crucé la calle. Llegué a la otra acera, me giré una última vez… y tú seguías ahí, con mirada de impotencia.
Y comencé a caminar. A paso muy lento. Confieso que en el camino me giré más de una vez, por si hubieses decidido hacer esperar a tus amigos y buscarme para decirme “hola… solamente necesitaba decirte… hola”. Pero no volví a verte.
Y a mí me hubiese gustado rebobinar. Tener una mirada más valiente, más decidida. Haberme acercado a ti. Haberte dicho, simplemente…
“hola… necesitaba decirte… hola”.

jueves, 4 de agosto de 2011

Así, no.

En estos días se están diciendo muchas cosas, a favor y en contra, de la visita del Papa. Muchas veces se cae en argumentos excesivamente viscerales, y por eso he decidido plantearme la cuestión desde un punto de vista lo más racional posible.
Personalmente, y para que nadie se lleve las manos a la cabeza antes de tiempo, expreso mi más profundo respeto a las creencias individuales. Allá cada uno y su fe: tú me respetas, yo te respeto.
Que venga un líder religioso me parece estupendo, y que los que compartan su doctrina vayan a verle y recen juntos, también. El asunto se vuelve espinoso cuando, en mayor o menor medida, se está implicando dinero público (es decir, de todos nosotros, católicos o no) en esta visita. Además del hecho de que durante varios días la ciudad se pondrá patas arriba, se cortarán arterias fundamentales, etc.
Y el problema es que no me queda muy claro quién viene: si un Jefe de Estado o un líder religioso. Ambos argumentos se esgrimen cuando se defiende su visita y que se haga de la manera en que se va a hacer.
Bien, pongamos el primer caso: es Jefe de Estado. Y ahora analicemos el jefe de qué estado. Para empezar, es un estado donde la democracia tiene una presencia bastante dudosa. Donde se discrimina por cuestiones de género (básicamente la mujer queda relegada a un segundo lugar). Donde la homofobia es una norma de comportamiento. Con un líder que ha intentado ocultar casos de pederastia entre su gente, y cuando estos han salido a la luz ha intentado evitar que se les juzgue. Un líder que, negando el uso del preservativo, condena a muerte a millones de personas en todo el mundo. Un líder que, públicamente, ha criticado leyes aprobadas democráticamente por nuestras cortes, llamando a la desobediencia civil de los españoles. Mostrando con sus actitudes discriminatorias y de condena a nuestras leyes civiles un total desprecio hacia nuestra Constitución, que viene a ser algo así como la norma básica de nuestra convivencia democrática (repetido constantemente por aquellos que ahora tanto defienden esta visita). Con todo esto, me pregunto: ¿debemos recibir con honores a un Jefe de Estado así, y además desembolsar importantes cantidades de dinero en medio de semejante crisis? Si se tratase de un dictador de algún país árabe, muchos se echarían las manos a la cabeza. ¿Son tan diferentes unos y otros?
Si a quien estamos recibiendo es únicamente a un líder religioso, me parecerá estupendo que haga las misas que quiera. Que representantes políticos y de la familia real le visiten A TÍTULO PERSONAL. Pero en un estado aconfesional como el nuestro, no quiero que dinero de mis impuestos sufrague estos actos, ni que mis representantes le hagan honores, ni que ponga patas arriba mi ciudad para lanzar proclamas que atentan contra mi modelo democrático de convivencia civil. Me parece muy bien que el setentaytantos por ciento de los españoles se declaren católicos. Pero que yo sepa, la mayoría de ellos no cumple con sus obligaciones católicas semanales, y seguramente la propia visita de este señor les importe bastante poco. Que hagan una colecta entre todos ellos, y ya veremos cuántos aportan algo de dinero para costear todo esto. Pero, insisto, si es una figura meramente religiosa, NO con el dinero de todos los españoles.
Como vía de justificación, muchos alegan el beneficio económico que estas jornadas nos dejarán. Pues bien señores míos, como muestra un botón: sé de primera mano que están recorriendo muchos negocios de hostelería de la ciudad pidiendo que den de comer GRATIS  a las personas que vengan de fuera con el Papa. Sí, a esos mismos hosteleros que están intentando salvar sus negocios en medio de esta tormenta económica. Esos mismos a los que se les vende la moto de que esta visita va a traer beneficios.
Insisto: cada uno es libre de creer lo que quiera, y tendrá todo mi respeto. No juzgo eso. Ni juzgo que haya quien quiera que venga este señor a visitar nuestro país y a dar una misa. Pero así, no.

domingo, 31 de julio de 2011

"El susurro de la caracola"

Verano. Playa o piscina, el mundo se para y coges un libro entretenido, ligero, de esos que no te hacen pensar demasiado. Si tienes menos suerte, te queda sentarte con las ventanas abiertas mientras fuera el asfalto se derrite, coger ese mismo libro, y dejarte llevar por esa misma sensación si consigues que entre algo de brisa.
Eso mismo es lo que intenté yo estos días, abrí las ventanas, me senté y me puse a leer un libro que cayó en mis manos sin mayores pretensiones que relajarme, dejarme llevar y olvidarme de todo lo demás. Tanto el título como la portada me llevaban al mar: “El susurro de la caracola”, de Màxim Huerta.
Confieso que apenas quise leer el resumen que hay en la contraportada. Me gusta el efecto sorpresa, como cuando vas a ver una película de la que no has visto el tráiler, no sabes nada de su argumento, y la vives de manera mucho más intensa. De modo que, habiendo leído sólo las dos primeras líneas de esa sinopsis, me lancé sin red. Creyendo tener entre manos ese libro ligero y con pocas pretensiones, empecé a dejarme llevar por los saltos temporales, por la historia de una mujer que conocemos por el final, sin saber muy bien de dónde viene.
Y de repente, ¡oh sorpresa! Me descubrí a mí mismo mirando a través de los ojos de esa extraña mujer. Poco a poco, casi sin darme cuenta, una figura lejana y borrosa fue apareciendo ante mis ojos. Sin concederle demasiada importancia al principio. Pero a medida que iba pasando páginas, esa figura se hacía cada vez más nítida, sus contornos se iban dibujando, sus rasgos se hacían cada vez más visibles. No sabía si era real, o sólo si la imaginación de la extraña mujer me estaba jugando una mala pasada. Y sin darme cuenta, me metí en la piel de ella. Fui feliz, me agoté, esperé, me desesperé, me ilusioné, me dormí, comí churros, me senté en una esquina, en una parada de autobús, me inventé un nombre, una vida, me enamoré. Y de golpe fui consciente de que había caído en la trampa: me había obsesionado. NECESITABA conocer más cosas de esa figura, acercarme, entrar en su vida. La mujer había dejado de ser un personaje extraño para convertirse en mis propios ojos. Su imaginación era mi imaginación. Sus ilusiones eran mis ilusiones.
Esta fue la gran sorpresa, lo que me enganchó y me hizo devorar el libro. Y de nuevo, casi sin darme cuenta, me encontré queriendo saber más cosas sobre ella. Los recuerdos, los vistazos al pasado… me fueron dibujando, a su vez, su silueta. Viajé por el Mediterráneo, compartí sus secretos, su infancia, su sufrimiento. De pronto esa mujer que parecía destinada a ser un mero filtro de mi imaginación tomó también presencia. Tenía ante mí a dos personajes de los que ansiaba por saber más: uno porque me obsesionaba y me atraía irremediablemente, y otro porque quería conocer todo sobre su pasado y lo que la había conducido a la situación desde la que arranca la novela.
Seguiría escribiendo, pero sería cruel desvelar los entresijos de este “susurro”, de esta montaña rusa de momentos dulces y salados. De este viaje inesperado, de esta lectura inicialmente sin mayores pretensiones que acabó haciendo volar mi imaginación a través de las ilusiones y los recuerdos de sus protagonistas.

viernes, 29 de julio de 2011

Anticipo electoral e incógnitas

Vale, ya tenemos el titular que algunos llevaban tantos meses buscando. Antes de que acabe el año tendremos nuevo gobierno. Eso sí, van a ser unas elecciones muy poco emocionantes. La única intriga será si Rajoy saca mayoría absoluta o no, y parece que desde el propio PP empiezan a tener dudas a raíz de las salvajes críticas a los últimos resultados del CIS que recortan su ventaja (coincidiendo con la proclamación de Rubalcaba como candidato).
Aparte de esto… ¿qué más? ¿Qué va a aportar esta campaña electoral? Por un lado, tenemos a un Rubalcaba coqueteando con el 15M. Algunas de sus palabras suenan bien, pero… oiga usted, ¿no formaba parte del gobierno hasta antes de ayer? ¿Por qué entonces no y después de las elecciones sí? Se me ocurre pensar, por eso de creer en la bondad de los desconocidos, que era un fiel segundo de Zapatero y que acataba sus órdenes a pies juntillas, aunque en su fuero interno nunca haya comulgado mucho con él. Y ahora que tendrá la batuta, impone sus propias recetas. Aunque estas recetas, llegados a este punto, tengan tufillo electoralista.
Y por el otro lado, está el señor Rajoy. Después de meses en los que su único argumento era “elecciones anticipadas ya”, ¿qué va a hacer ahora? Tiene dos opciones: o volver a su estrategia cómoda de esperar en silencio a las elecciones, haciendo una campaña electoral de perfil bajo para no asustar a nadie con sus futuras medidas… o ponerse a hablar claro y decirnos qué piensa hacer. Personalmente creo que optará por la primera opción. Porque, no nos engañemos, las medidas que adoptará van a ser muy muy muy duras (a su lado, Zapatero volverá a ser Bambi). Y no le conviene asustar al personal, tiene que recoger todos los votos necesarios para conseguir su objetivo de mayoría absoluta. Lo curioso es que, al poco de conocerse el adelanto electoral, aseguró que “no hará recortes sociales”. A lo que yo respondo: ¿nos toma por tontos, señor Rajoy? Eso sí, reconozco que tengo mucha curiosidad por conocer esa receta mágica según la cual, con su llegada al poder, todos los males de nuestro país se solucionarán. ¿Cuál es el conejo que guarda en la chistera? ¿Es que tendrá una política propia y no viviremos sujetos a lo que nos digan la señora Merkel y los mercados? ¿Su varita mágica es de caoba o de roble? Qué bien que, gracias a la decisión que hoy nos ha comunicado el Presidente, pronto tendremos respuestas. Ya no me quedaban uñas que morderme.
A todo esto, se me plantea una duda. Como no soy experto en economía, me he armado un lío. Por un lado, decían que para dar confianza y no alarmar a “los mercados” había que terminar la legislatura. Por otro lado, ahora dicen que se adelantan las elecciones para dar confianza (¿no era al revés?). Pero yo miro hacia Irlanda y Portugal y no veo ni una cosa ni la otra. Que alguien me lo explique.
Y, espero que se me permita el comentario malicioso, tengo otra duda. Pongámonos en situación. 20 de noviembre. Por un lado, Rajoy ganando arrolladoramente las elecciones. Una masa embriagada de felicidad invadiendo la calle Génova con banderas nacionales, gritando “presidente presidente” mientras Mariano está pegando botes en el balcón junto a Soraya y María Dolores. Por otro lado, un grupo de individuos, armados con banderas franquistas y emblemas y cánticos de otra época, se dirigen al Valle de los Caídos. Pero, ¡oh cielos! Su recorrido coincide con esa otra celebración. ¿Qué harán? ¿Rodearán la fiesta pepera, o se unirán a la ella y llamarán a Mariano “presidente”?

Por favor, que llegue ya el 20 de noviembre y se me resuelvan todas estas incógnitas, no voy a poder pegar ojo hasta entonces.

lunes, 25 de julio de 2011

¿Por qué tanto odio?

Los acontecimientos del viernes pasado en Noruega deberían hacernos reflexionar. Porque suponen una novedad, y son fruto de serios errores que estamos cometiendo en nuestras sociedades.
En los primeros momentos nuestras mentes fueron a lo fácil: terrorismo yihadista. Fundamentalistas islamistas. Sí, los locos fanáticos que vienen de fuera a sembrar el terror en nuestra casa. Pero la realidad nos dio una bofetada en la cara. No era un fanático de fuera. Era alguien de dentro, alguien de casa.
No, no se trata de justificar nada. Es un loco, un trastornado, no cabe un acto así en una mente sana. Ni se trata de politizar los acontecimientos, todos los demócratas condenan tajantemente lo ocurrido. Pero sí se debe reflexionar.
Cuando “los malos” son de fuera es muy fácil criticar su cultura, su mentalidad… Son fanáticos religiosos a los que han sorbido el seso. Y entonces generalizamos y demonizamos a toda una población. Pero, ¡ay!, la vida es así de caprichosa. Y de repente se habla de un “fundamentalista cristiano”. Entonces, aplicando esa regla de tres… ¿qué debemos hacer? ¿Demonizar a todos los cristianos? ¿Empezar a querer cerrar iglesias? Primera lección que hemos aprendido. Quizá podamos empezar a dejar de mirarnos el ombligo y ver más allá. Este mundo que llamamos “occidente” no es el centro del universo, ni tenemos la verdad absoluta. Nuestra sociedad es (¡sorpresa!) imperfecta. También hay fanáticos entre nosotros. Al final va  a ser que nos somos tan diferentes.
Siguiente lección. Desconozco cómo funciona la política noruega. De hecho, desconozco cómo funciona la política de la mayoría de países de nuestro entorno. Pero a poco que uno esté al tanto de lo que ocurre, se da cuenta de que las posiciones se radicalizan, los discursos son cada vez más duros, se genera cada vez más odio. Partidos de carácter radical irrumpen con fuerza en los parlamentos. Afortunadamente, dicen, en nuestro país eso no es así. Esta misma mañana algún tertuliano daba gracias de que aquí no hubiese partidos de extrema derecha (por lo menos, grandes partidos). Cierto, no tenemos un Le Pen. Pero oyendo hablar a nuestros políticos… a mí personalmente se me cae la cara de vergüenza. La inmensa mayoría de las veces, en lugar de buscar soluciones a los problemas de las personas, en lugar de llegar a puntos en común, en lugar de trabajar para la ciudadanía… se enzarzan en discusiones absurdas, en peleas infantiles… y en estas discusiones van subiendo el tono cada vez más, generando una crispación, un odio… que irremediablemente se acaba transmitiendo a esos mismos ciudadanos. ¿Debemos entonces extrañarnos de que la crispación y el odio se instalen en la sociedad?
Y se me ocurre otra lección a raíz de la anterior. Porque las palabras de esa clase política tan ocupada en insultarse nos llegan a través de una serie de altavoces. Esos altavoces llamados “medios de comunicación”. Sinceramente, yo creo que la objetividad entendida en su concepto más puro es prácticamente imposible cuando el filtro es la mente humana. Como humanos, siempre contagiamos la información con algo nuestro, personal. Esos medios de comunicación son, en sí mismos, grupos humanos. Con lo cual no voy a pedir una objetividad cristalina a esos medios. Asumo que cada uno tendrá sus afinidades, sus simpatías, su “línea editorial”. El problema es cuando esa línea editorial, lejos de servir como mera correa informativa, acrecenta el odio y la crispación. Cuando confunde de manera descarada “información” con “opinión”, recurriendo muchas veces sin apenas disimularlo a la mentira para apoyar sus argumentos. Y de esta manera, con premeditación y alevosía, confunde a su vez a la ciudadanía. Y ese odio, esa crispación, esa violencia verbal de los políticos se multiplica a la enésima potencia en un serio ejercicio de irresponsabilidad periodística.
No voy a justificar a un loco, a un psicópata, a un asesino. No pretendo restarle un ápice de culpa. Pero creo que nuestras sociedades, nuestros políticos y algunos de nuestros medios de comunicación deberían tomarse lo ocurrido como una señal de advertencia. No nos merecemos tanto odio.

domingo, 24 de julio de 2011

El blanco y el miedo

El color blanco nos da miedo. Asumámoslo. Nos aterroriza. Nos paraliza. Es el peor de todos los colores. Solemos buscar sucedáneos: blanco roto, hueso, marfil, cáscara de huevo… El otro día oí por la calle a una mujer que presumía de sus nuevas sandalias color “blanco hielo” (y mi imaginación se echó a volar intentando visualizar ese color). Porque el blanco nuclear nos asusta. Hasta ese nombre comercial que lo acompaña incita al miedo. No podría ser algo bucólico como azul cielo, verde pistacho, o incluso rosa chicle. No. NUCLEAR. Joder, dan ganas de salir corriendo.
Pensémoslo un momento.
El blanco en la ropa es muy arriesgado, a no ser que vivas permanentemente en una fiesta ibicenca. Cualquier mínimo despiste, cualquier roce, cualquier gotita minúscula que te ha salpicado será el objetivo de todas las miradas. Da igual el azul intenso de tus ojos. Todos se fijarán en esa mancha.
Quedarte en blanco en un examen. ¿Quién no ha tenido esa pesadilla más de una vez durante su etapa de estudiante? Ese sudor frío. Ese “debería haber estudiado más”. Ese mirar de reojo lo que está escribiendo el compañero. Esa vergüenza de entregar el papel sólo con nuestro nombre y el encabezado de la pregunta.
Pasar toda la noche en blanco. Dar mil vueltas en la cama. Contar ovejas hasta acabar odiándolas. Levantarte para ir al baño cincuentamil veces. Levantarte a beber agua. Abrir la ventana para que entre fresco. Cerrar la ventana porque entra ruido. Coger el libro de la mesilla de noche, a ver si con la lectura te entra sueño. Encender la televisión y tropezarte con todas las tarotistas habidas y por haber. Y justo cuando te estás quedando dormido… suena el despertador y sabes que ese día será un laaaaargo infierno.
El folio en blanco. Pánico, vértigo… Atasco de ideas. Nada fluye. Hay un remolino que bulle dentro, pero se queda bloqueado porque la salida tiene un tapón que no sabes quién narices ha puesto ahí. Lo único que sabes es que el jodido tapón tiene un color: blanco.
Darte cuenta de que tu vida es un gran folio en blanco. Y que nunca llegas a escribir ni siquiera el encabezado. Sí, el futuro es una acuarela y tu vida un lienzo que colorear, lo has oído cientos de veces. Pero cuanto más blanco ves ese lienzo, más te cuesta decidir qué colores vas a usar. Y cuanto más tardas en decidirte por uno, ves que a tu alrededor la gente está elaborando composiciones tan llenas de color, que a su lado Kandinsky parecería un principiante. Y entonces aparecen los sudores fríos. Temes que tu lienzo se manche y que cuando te des cuenta sea demasiado tarde para limpiarlo. Temes no habértelo tomado lo suficientemente en serio, y que cuando se acabe el tiempo no hayas escrito nada que merezca la pena. Temes que tu vida se convierta en una larga agonía de movimientos desesperados, acciones repetidas, mecánicas, pero inútiles a la hora de alcanzar tu objetivo. Temes que nada fluya, que todo hierva dentro de ti y que ahí muera, en forma de una maraña de ideas desordenadas.
Definitivamente el blanco nos aterroriza. Nos paraliza. Nos bloquea. Nos impide elegir con calma la combinación exacta de colores que queremos para nuestra vida.
O quizá sea eso precisamente. Quizá lo que realmente nos da miedo no es el blanco. Nos refugiamos en él y lo culpamos del fracaso de no haber sabido encontrar esos colores. Pero de eso se trata, en ello estamos. Eligiendo, probándonos unos y otros. Hay quien tiene suerte y encuentra rápidamente el que mejor le sienta. Hay quien tiene que hacer mezclas desesperadas buscando matices que no encuentra. Pero sí, en ello estamos. Disfrutemos de la búsqueda. Cojamos esa maraña con confianza e intentemos ver qué podemos hacer con ella. Al fin y al cabo, a nosotros, a nadie más que a nosotros, nos corresponde esa tarea.