martes, 21 de febrero de 2012

Shame, o la claustrofobia de una cárcel interior

Confieso que últimamente soy poco consumidor de cine americano. No me pregunten ustedes la razón, simplemente es un hecho objetivo. Reviso cada euro que gasto en una taquilla, y en los últimos tiempos los dedico a ver qué se cuece en el cine que hacemos aquí.

Pero ayer tuve un encontronazo con un título que me dejó sobrecogido. Y sobre todo con un actor del que había oído hablar mucho, pero al que apenas había visto más que en imágenes promocionales en Fotogramas. Y sí, fue un encontronazo. Para empezar porque, si no me equivoco, Michael Fassbender está presente en todas y cada una de las escenas Shame de manera obsesiva. Tan obsesiva como la mente de su personaje. Sólo de refilón conocemos a su hermana y la historia que arrastra, por no hablar de su jefe y parece único “amigo” (más bien compañero de fiestas) o alguna rubia con la que intercambiar miradas cargadas de sexualidad en un vagón de metro. Salvo esos breves momentos, la película el ÉL. Él, su mundo interior, su mente... porque no es un personaje que hable mucho. Más bien transita por la vida de manera silenciosa, ocultando al mundo sus pensamientos. Es una suerte de estatua de hielo que sólo se funde para dar paso al sexo. Y entonces, después del orgasmo, su mirada vuelve a congelarse.

Sólo a través de esa mirada que no dice nada y lo dice todo podemos intentar averiguar qué ocurre dentro de él. Porque toda la acción fundamental de la cinta ocurre en su mente. Como espectadores tenemos que sumergirnos en esa mirada, bucear y llegar hasta es tormenta interior. Todo lo que hay fuera es prescindible (con excepción de momentazos que nos regala su hermana). Lo realmente importante está encerrado ahí dentro. Porque el personaje en sí está encerrado. Ahogado. Es casi un ser inerte. Podemos sentir la claustrofobia que hay en esa prisión de la cual no es capaz de salir, y en la que está condenado a buscar una y otra vez el sexo como una penitencia eterna.

Una mente encerrada en un cuerpo, un cuerpo encerrado en una ciudad. New York, New York. Como una letanía nos lo canta el personaje de su hermana. A ritmo muy lento. Para que cada una de las palabras nos quede bien clara. Nuestro hombre es un triunfador. Lo tiene todo. Pero no tiene nada. Se dedica a vagar por las calles de esa ciudad que aparentemente debería estar a sus pies para bucear por sus rincones más oscuros.

Naveguen ustedes con Brandon. Déjense seducir por él, no será difícil. Da igual si son hombres, mujeres, homosexuales o heterosexuales. Una mirada suya, con una extraña mezcla de ternura y lascivia, será suficiente para atraparles. Recorran su mundo interior. Ámenlo, compadézcanlo, compréndanlo, repúdienlo, ódienlo... porque todos esos sentimientos surgirán alternativamente. Juzgarlo o no será decisión suya.

miércoles, 4 de enero de 2012

Teatro Indignado

Quiero pedirles a ustedes un favor. A TODOS ustedes, se dediquen a lo que se dediquen. Sea cual sea su sector profesional. Cuanto más dispar, mejor. Sí, un favor, y con libro de instrucciones. Los pasos son muy sencillos.

Para empezar, abran el siguiente enlace y lean la siguiente noticia de hace menos de un mes.


Una vez leído dicho artículo, que es importante pero no me importa tanto, lean detenidamente los comentarios que los lectores hacen a dicha noticia, justo debajo de ésta. Sí, léanlos con calma. Perciban el tono de la mayoría de ellos. Y es que ese criterio, esa opinión, es compartida por un porcentaje muy elevado de la población cuyo día a día no tiene nada que ver con el teatro.

Con estos antecedentes podemos ir al siguiente paso.

Rosa Fernández Cruz, compañera de profesión a la que no tengo el gusto de conocer en persona, sintió la necesidad de escribir esta reflexión en su Facebook. Reflexión que ha corrido como la pólvora. Léanla con mucha atención, por favor.



No tenéis ni idea (con todo mi respeto): por mis compañeros teatreros
de Rosa Fernandez Cruz, el Viernes, 16 de diciembre de 2011 a la(s) 9:31

Después de leer este artículo http://www.publico.es/culturas/412246/el-teatro-se-indigna , pero sobre todo después de leer los comentarios de los lectores, tengo el cabreo subido, no lo puedo evitar. Como hay gente en mi FB que no conoce "por dentro" el mundo del teatro, me he dado cuenta de que es posible que algunos también piensen así, así que he decidido escribir esta nota para que les quede claro cómo funciona esto:

Llevar adelante un montaje teatral es difícil. Muy difícil. A veces, es casi una heroicidad. En la mayoría de los casos, no tenemos subvenciones. En la mayoría de los casos, tenemos que trabajar en otras cosas, porque si no, no es que no lleguemos a fin de mes, es que no llegamos ni al día diez, lo que hace que nuestras jornadas laborales "normales", incluyendo ensayos, sean de diez, doce, catorce horas (por supuesto, sin cobrar estas horas extra) Si ya tenemos una familia, no es que seamos titiriteros, es que somos malabaristas, porque tenemos que conseguir "engañar" a la familia y los amigos para que nos echen un cable, al menos en épocas de ensayo, o contar con una pareja que no tenga nada que ver con este mundo y nos apoye al cien por cien, como es mi caso, y que acepte que trabajas sin cobrar habitualmente.

Y ya has ensayado, y tienes un espectáculo en el que crees, y entonces te dedicas a intentar vender el producto, y hablas con cien, quinientos, mil, dos mil programadores. Por supuesto, las llamadas las pagas tú, como todo lo que has hecho hasta ahora. Y entonces: ¡oh, milagro! Te llaman de unos cuantos sitios: ¡te han programado!. Saltas, bailas, te tomas unas cañas a la salud de todo el equipo y te sientes Sarah Bernardt, Peter Brook y Margarita Xirgu, todo a la vez... Se acercan las fechas. Hablas con tu jefe en ese otro trabajo que no te gusta para pedir esos días que, por supuesto, quitas de tus vacaciones, pero como estás exultante, piensas: "no pasa nada, ahora cuando gane el Max, ya no tendré que preocuparme de estas tonterías. Incluso es posible que no llegue a las vacaciones en esta empresa"

Y llega el día de la primera función. Como no tienes dinero, decides hacer los trescientos kilómetros que te separan del pueblo en cuestión por la mañana. Quedas con el equipo a las 5 de la mañana, y allí que vais, muertos de sueño, pero cantando, felices, seguro de que esta sí, esta de verdad es la definitiva, lo que os catapultará al éxito finalmente. No al gran éxito que vosotros pensáis, no, simplemente al éxito de poder vivir de tu trabajo... qué triste, ¿no?
Llegas a las 8 de la mañana al teatro del pueblo. Por supuesto, los medios son reducidos, y el técnico que tiene que abrirte el teatro no llega hasta las diez, porque nadie le ha dicho que llegábais tan pronto... No pasa nada, habrá que correr un poco más, pero todo bien. Cuando entráis, faltan filtros, faltan focos, falta de todo. No hay espacio, hay que cambiar entradas y salidas de los personajes. Hay sólo un camerino, pequeño y medianamente limpio. No pasa nada. La venta de entradas, que es lo importante, va muy bien, y parece que va a ser un lleno total... y tú eres feliz.
Después de un largo día de trabajo agotador, con montaje de luces, sonido, escenografía, pase técnico, ensayo (esto para los que pensáis que el teatro es subirse a un escenario y ya: primero es subir y bajar de una escalera, clavar, cargar, levantar peso... en fin, un trabajito) Llega la función. Estás agotada, pero no pasa nada, porque tienes energía para dar y regalar. Se han vendido todas las entradas. El teatro está lleno. Comienza la función y la gente responde bien: se ríen cuando se tienen que reír, lloran cuando tienen que llorar... (esto no es siempre así, otras veces el público está "pintado" y entonces no reaccionan. Y no depende de que la obra sea buena o mala, la misma obra en dos pueblos puede dar reacciones diferentes. Es un misterio) Al final, aplauden mucho y tenéis que salir a saludar tres veces. Maravilloso. El público se va, pero antes, algunos se pasan por los camerinos para decirte lo estupendos que sois (esta es la mejor parte, la verdad, esa que alimenta el ego...)
Toca desmontar. Es más fácil que montar, pero es un trabajito también: escalera, clavar, cargar, llenar la furgoneta... ¿Vamos a cenar algo? Sí, pero rapidito, que hay que volver, y son los mismos trescientos kilómetros, que no hay dinero para hotel... Un bocata y ya, que no hay dinero. A las once de la noche, rumbo a casa otra vez, donde llegas a las tres de la mañana y caes como un saco en la cama para levantarte a las siete al día siguiente e ir a tu otro trabajo, ese que pronto vas a dejar dado el éxito obtenido...

Y así, igual, con los otros diez "bolos" que te han salido. Todo preparando la entrada "triunfal" en Madrid, donde vas a estar un mes en una Sala Alternativa.... Lo bueno es que aquí no hay furgoneta ni viajes: tienes la escenografía compartiendo espacio con otras dos compañías, o tres, o cuatro, y vas montando y desmontando cada día... Lo malo, es que es mucho menos "rentable" En principio, en la sala alternativa vas a cobrar el 50% de la taquilla, que es 12€ por entrada. Pero claro, para que venga más gente, hay ofertas: Atrapalo, etc... que hacen que al espectador, la entrada le salga por 6€ y que yo gane, en vez de 6€ por persona, sólo 3€. Si la sala tiene ciento cincuenta butacas, y en el caso prácticamente imposible de llenar todos los días, echa cuentas y divide entre cinco que somos en el equipo (cuatro actores y un técnico, lo indispensable, vaya) y calcula lo que ganamos por día. En el caso (normal) de tener la sala a la mitad, imagínate... pero es Madrid, y tienes que estar, porque así te conocen, y unido al éxito en "provincias" pues todos se rendirán a tus pies, y llegarás a conseguir tu sueño (que no se nos olvide que es vivir de tu trabajo, ni más ni menos) Pero no pasa nada, porque los otros diez bolos están bien pagados. Has firmado otros tantos contratos, uno por ayuntamiento, que harán que cobres no una pasta, pero algo así como lo que marca el Convenio Colectivo, y la Unión de Actores... así que sigues siendo feliz.
Te han dicho que te pagarán en dos o tres meses, así que todo el dinero (gasolina, comidas, incluso a veces el sueldo del técnico) lo has adelantado. Por supuesto, has pedido préstamos a toda tu familia: "no os preocupéis, que en dos o, como mucho tres meses, os lo devuelvo....

Y pasan dos meses. Y tres. Y cinco. Y un año.... Y de los diez bolos, te han pagado uno. ¡SÓLO UNO! De las entradas que vendieron en su día, ni rastro. Algún programador dice: "es que ese dinero se lo queda el Ayuntamiento para cubrir otras partidas". Por supuesto, discutes con parte de tu familia, y pides un préstamo para pagarles el dinero que te dejaron, porque lo necesitan, claro. Los intereses de un año sin cobrar, tampoco te los paga nadie... En algunos Ayuntamientos, te pagan al año y medio, en otros, a los dos años. En otros, nunca...

Esta es la triste realidad: has ganado 50€ los días que actuaste en Madrid, y has gastado unos 3000€ a grosso modo en viajes y dietas. No has ganado el Max, aunque a toda la gente que vino a ver el espectáculo, le encantó... Sigues en tu trabajo de mierda, con tu jefe de mierda y ya no tienes vacaciones, porque las has gastado todas en esto. A la mierda tu formación de años en una Escuela de Arte Dramático. A la mierda los desvelos y los sueños de poder vivir de tu trabajo (patético). Esta es mi profesión, amigos, a la que quiero tanto como a mi misma, pero es lo que hay...

Y encima tienes que leer a estúpidos que dicen que "por fin van a trabajar los actores" o "que se jodan, con lo bien que han vivido hasta ahora" o "ahora que no cobran, ahora se quejan. Pero antes, a los parados que les dieran por ahí mientras ellos jugaban a ser Peter Pan o Bernarda Alba. Que morro..." Pues no, amiguitos, esto no es un juego, esto es un trabajo. Y duro, por cierto. Sin fiestas, vacaciones ni fines de semana. Y para que tú, amigo, disfrutes, o te evadas...Un trabajo que también da de comer a muchas familias, muchas, y no sólo de actores: de dramaturgos,  de directores, técnicos, maquinistas, personal de sala, taquilleros, etc, etc... ¿Qué pasa, que ellos no merecen tener trabajo? ¿Que sólo importa el tuyo, listillo? Perdón, pero me enciendo...

No quiero subvenciones. Asumo que el país no está para darlas. De todas formas, nunca las he tenido, así que todo igual. Sólo quiero QUE ME PAGUEN POR MI TRABAJO. Creo que igual que tú: albañil, abogado, carpintero, camionero, electricista, mecánico, profesor.... Supongo que esto es fácil de entender. No voy a hablar del valor de la cultura en general en una sociedad, y del teatro en particular, porque eso sería eterno, y a cada uno le duele lo suyo.
Espero que YA lo hayas entendido. Si no lo entiendes, entonces tienes un problema. Muy grave, por cierto. Míratelo....

Espero que esta carta llegue a gente que sabe lo que hay, pero sobre todo a todos aquellos que no tienen ni idea, o que tienen una idea muy equivocada, y que la cambien. Pero no tengo mucha esperanza, la verdad.

Ánimo a todos mis compañeros. ¡¡Sois unos héroes!!



Puede que a muchos de ustedes les haya sorprendido el tono que en ocasiones adquiere el escrito de Rosa. Pero si han leído los comentarios al famoso articulo que dio pie a todo esto, entenderán la rabia. Rabia que no viene solo de cuatro comentarios de vete tú a saber quién. Es que día a día tenemos que oír ese tipo de comentarios, muchos de ellos de gente muy cercana, que hablan desde un desconocimiento profundo de nuestra profesión, todo el trabajo que esconde detrás, todo lo que hay que luchar, y lo que agota. No somo seres superiores, al trabajador que se levanta todos los días para ganar su sueldo le ocurre lo mismo. Al pequeño empresario que lucha por su empresa... lo mismo. Somos iguales. Luchamos por que se nos compense y por trabajar en condiciones dignas. Ni más ni menos. Un actor, señores míos, no es un ser especial tocado por una varita mágica. Es un TRABAJADOR. Y a mí, como a Rosa, a veces me puede la rabia ante ciertos comentarios y termino explotando.


Gracias por la paciencia y haber leído hasta aquí. Y gracias por tus palabras Rosa. Tú lo has dicho todo. No tengo... nada que añadir.

domingo, 16 de octubre de 2011

El camino hacia la paz

Siempre he pensado que hay temas que me quedan demasiado grandes. Temas sobre los que debo opinar con prudencia, por ser demasiado serios y complejos. Uno tiene su opinión al respecto, reflexiona, se forja un criterio… pero deja que los expertos tengan la voz.
Sin embargo, la tendencia en los últimos tiempos en este bendito país es que todo el mundo puede opinar y tratar de imponer su criterio. Y si no comulgas con ellos, eres casi un enviado del mismísimo demonio. Se acumulan las declaraciones, y uno apela a ese criterio que se había forjado en silencio, empieza a considerar que el vaso se está desbordando… y acaba reventando ante la sucesión de sandeces que se pueden llegar a decir sin despeinarse.
Y sí, de un tiempo a esta parte me ha ocurrido esto con uno de los temas más espinosos  que tenemos entre manos: el terrorismo de ETA. Cuánta literatura se ha escrito últimamente al respecto. Cuántas portadas ha ocupado. Cuántas declaraciones públicas.
Punto 1: Siempre he considerado que lo peliagudo de la cuestión hace que mis representantes democráticamente elegidos deben tener mi más absoluta confianza para afrontar el asunto. Ellos tienen la información, los medios y la experiencia para intentar atajarlo. Todos los gobiernos democráticos lo han intentado con mayor o menor éxito. Pero a ninguno se le puede achacar que haya tenido mala fe, o que haya pretendido ser cómplice de los terroristas. Sin embargo, se han llenado muchas portadas últimamente con acusaciones de este tipo.
Punto 2: Precisamente como no tengo la información ni los medios de que disponen los expertos, ni remotamente se me ocurriría jamás intentar dirigir la política antiterrorista. Lamentablemente algunos conciudadanos que han sido tristemente víctimas directas del terrorismo (razón por la cual siempre contarán con la solidaridad de todo el pueblo español), han creído que su situación les hace expertos en la materia y con autoridad suficiente para marcar qué política es la correcta y cuál no. Entiendo su dolor, entiendo su rabia, siempre tendrán mi hombro… pero resulta inadmisible que asociaciones e incluso partidos políticos ejerzan de altavoces de sus opiniones personales en este tema y lo eleven a categoría de voz experta.
Punto 3: Es bastante sensato pensar que en temas tan complejos sea preferible actuar desde la frialdad y la razón, no desde la víscera y el rencor. Es la cualidad que debe diferenciar a los demócratas de los terroristas. Razón por la que, como he mencionado, las víctimas deben ser consoladas y atendidas pero no deben dirigir la política antiterrorista de un Estado. Debe trabajarse desde la inteligencia, desde la estrategia, y fundamentalmente desde el objetivo principal de que no haya una sola víctima más de la violencia. Es decir, las víctimas pasadas son importantísimas, pero más lo deben ser en esta estrategia las víctimas potenciales, que somos todos y cada uno de los ciudadanos. Cada nueva baja supone un nuevo fracaso en esta política.
Punto 4: Como ciudadano que delego esta responsabilidad en mis representantes doy por hecho que hay determinada información que, al menos en un primer momento, no voy a conocer. Que la prudencia será siempre una máxima. Y que salir a la calle para exigir a un gobierno que no sea cauto y que me cuente absolutamente cada paso que está siguiendo no es más que poner palos en las ruedas.
Punto 5: El Gobierno de turno tiene la responsabilidad de hacer todo lo que esté en su mano para erradicar este problema. Y tiene derecho a equivocarse, como otros gobiernos se han equivocado. En esta tarea es labor indispensable de todos los demócratas apoyar el trabajo de quien ostenta esa responsabilidad. Cualquier otra actitud es simple y llanamente una traición al país entero. Quien adopta ese comportamiento no puede envolverse en banderas, creerse único salvador de la patria. Máxime cuando esas palabras provienen de personas que también han probado suerte y no lo han logrado.
Punto 6: En la estrategia antiterrorista de un Gobierno, el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es fundamental, pero esta vía debe apoyarse en todas aquellas otras que ayuden a poner punto y final al asunto. Manejar toda la información que sea posible, de todos los actores intervinientes en la cuestión. De un lado y de otro. El diálogo, la transmisión de información, nunca puede ser negativa. Una vez más, esta debe ser la diferencia entre los demócratas y los violentos: los demócratas debemos estar dispuestos a hablar, a negociar, a ser flexibles si el bien que podemos obtener con ello es lo suficientemente grande. No debemos cerrarnos a recibir consejo de personas que, en otros lugares, han participado en experiencias más o menos similares. Decir que estas personas no tienen “ni puñetera idea” es poner un palo más en la rueda. Una nueva deslealtad a la “patria”. Yo, como ciudadano, quiero y exijo que mis políticos se reúnan con quien sea necesario para zanjar esta situación.

Si los acontecimientos siguen el curso previsto, más bien pronto que tarde acabaremos con este problema. Y será una victoria de TODOS, sin importar ideologías. Siempre que vayamos todos de la mano en ese final. Siempre que nadie intente ponerse la medalla, o que nadie levante la voz diciendo que tenía la razón al criticar al adversario. Si no, cimentaremos una paz falsa, frágil. Y después de tanto tiempo, de tanto dolor, de tanto sacrificio… ese es un lujo que no nos podemos permitir.

viernes, 7 de octubre de 2011

20N: La encrucijada

Pocas veces en la historia más reciente de nuestro país había llegado alguien como yo a unas elecciones generales en medio de una encrucijada tan grande. Y me temo que no soy el único, el panorama está como para que alguien tenga las cosas claras.
Ninguno de los presentes ha vivido una crisis global de dimensiones remotamente parecidas, por más que haya quien diga que en el 96 también había crisis y se arregló, o que el problema que padecemos es nacional y nada tiene q ver con la situación global. Hay movimientos sociales muy fuertes que han ilusionado a muchos, luego se han deshilachado, algunos dicen que han perdido el norte, otros siguen confiando plenamente en ellos. Y a caballo con lo anterior, muchos ciudadanos se han cuestionado si el modelo democrático actual merece la pena, si la voz del pueblo tiene importancia o solamente se le hace caso en campaña electoral.
Sí, muchos ciudadanos estamos perdidos, no sabemos muy bien cómo debemos afrontar la cita que tenemos con las urnas en poco más de un mes. El panorama es ciertamente desolador.
Por un lado, los flamantes vencedores que ya se comportan como tales sin habernos dejado todavía depositar nuestro voto. Un comportamiento tan crecido de un tiempo a esta parte que resulta vergonzante. Pero que, en un por si acaso, y no vaya a ser que asustemos a alguien y no tengamos mayoría absoluta, esconden sus bazas todo lo posible. No hablan claro, sólo musitan ambigüedades, promesas a medio gas, globos sonda, que si un “ya veremos”, que si un “no es una promesa electoral, es sólo un deseo”.
Estos señores que ya se ven en la Moncloa, y que desde hace unos meses ya gobiernan casi todas las autonomías. Autonomías en las que, lo admitan o no, ya han empezado enseñar sus cartas, aunque guardando las formas para no espantar a los votantes menos convencidos. Y es que, según el lenguaje que Mariano Rajoy utilizó hace unos días para ejemplificar lo que es endeudamiento, se puede explicar lo que es un “recorte” con la misma regla de tres: si yo el año pasado gastaba 10 en esta partida, y  este año sólo le dedico 6, he recortado. Ni más ni menos. Lo llamen como lo llamen. Eso en mi pueblo se llama RECORTAR la partida presupuestaria.
Estos señores están tan crecidos, y ven tan absolutamente segura su victoria aplastante, que no dudan en menospreciar a quien se atreve a contestar su política, llamándole “perroflauta” o “vago”. Señores que hoy dicen blanco, y cuando ven que eso incendia los ánimos, mañana dicen negro. Todo vale cuando tienes el poder casi garantizado.
Todo el mundo sabe cuál va a ser su política. Porque intentan esconderlo, pero se les nota. Y es evidente que las circunstancias son tan excepcionales que no lo vamos a poder pasar precisamente bien en los próximos años. Pero cuando uno esconde tanto sus intenciones, nada bueno se puede esperar. Han negado repetidamente que se deba a una circunstancia global, que toda la culpa de la situación actual se debe única y exclusivamente a la incapacidad de Zapatero. Y para justificar la política que van a desarrollar se escudan en la nefasta herencia del gobierno socialista. De la misma manera que lo hacen en varias comunidades (véase Castilla la Mancha). Y yo me pregunto: ¿qué ocurre en las comunidades que ya gobernaban ellos y están haciendo recortes? ¿Ahí no hay herencia? ¿Qué ocurrirá si se cumplen las previsiones y la crisis internacional sigue ahondándose? ¿Pasados un par de años de legislatura seguirán culpando a la herencia recibida?
Pasemos al otro lado: el partido que presumiblemente perderá el gobierno, y lo hará de manera estrepitosa. Su hasta hace pocas semanas líder tuvo que renunciar a todo su sistema de creencias ante una circunstancia que le vino grande, no supo prever, negó por diversas circunstancias, y cuando le reventó no supo manejar. Ojo, no supo manejar él ni ningún otro líder mundial. Y quien argumente que la situación española es peor que en otros países, debería ver la peculiaridad del origen de nuestra bonanza reciente, y la diferencia con esos otros países; razón que llevó a nuestra crisis a terrenos más farragosos (fundamentalmente un paro disparado). Pero eso es otro debate. El caso es que el partido gobernante tuvo que tirar a la basura toda su base ideológica para adaptarse a unas órdenes impuestas desde fuera de nuestras fronteras. Y eso les alejó de su electorado y sembró dudas entre sus propias filas.
Ahora hay otro líder. Un líder que, cuando trabajaba a la sombra del Presidente del Gobierno, acataba su peculiar modo personalista de dirigir la política del país. Y ahora intenta limpiar su imagen, hacer ver que aquellas decisiones no eran suyas, que eran otras circunstancias y que próximamente habrá que dar nuevas respuestas. Bien, quizá sea cierto, el planteamiento no es descabellado. Pero ¿cómo puede ganarse la confianza de los ciudadanos? ¿Por qué debemos creerle ahora? ¿Cómo va a solucionar cosas que no pudo solucionar hace un año? Ese es su principal escollo, convencer a los votantes. Ganar de nuevo una confianza que su partido ha perdido. Volver a tener credibilidad. Y eso no se consigue de la noche a la mañana.
Pero no es ese su único caballo de batalla. A nivel interno, debido a la renuncia que su predecesor tuvo que llevar a cabo de sus pilares ideológicos, su propia gente está perdida, alborotada, hay quien no sabe muy bien a qué atenerse. Otros muchos huyen en desbandada ante el más que probable desastre electoral. Así que la tarea de Rubalcaba (Alfredo, para los amigos) es doblemente difícil: recuperar la confianza de su base electoral, y apagar fuegos internos. Demasiada tarea para un hombre en tan poco tiempo.
Y es que, dada la situación interna del partido, dada la pérdida ideológica de muchos de sus integrantes en una situación mundial tan adversa para las ideologías… sin duda la mejor opción sería una debacle electoral de dimensiones gigantescas que obligue a una profunda reflexión y a una reconstrucción completa. Ahora bien… esa posibilidad dejaría el país en manos de una mayoría no absoluta, sino casi imperial, de su gran rival. Y eso, visto lo visto, no sería ni por asomo la mejor opción para España.
Y por fin… tenemos un conglomerado de partidos. Los que ya tenían representación parlamentaria (nacionalistas, IU, UPyD…) y multitud de otras formaciones que estos días se esfuerzan por recoger los avales necesarios para poder presentar su candidatura a las elecciones. Me temo que, por mucho que se movilicen, poco tendrán que pinchar. Algunos subirán o bajarán algún escaño, otros quizá consigan entrar en el Parlamento (Equo parece que podría conseguirlo). Pero la conciencia general de que el PP va a arrasar, el pesimismo generalizado, la desafección por la clase política… hará que los menos convencidos se queden en su casa el 20 de noviembre, lo que perjudicará sin duda a muchos de estos partidos pequeños (por no mencionar los votantes socialistas que tampoco acudirán a votar).
Así pues, el panorama es desolador. Un partido con una base electoral muy convencida arrasará. Otro partido caerá en picado. Muchos votantes se debatirán entre votar a grupos minoritarios confiando en que otros también lo hagan. Otros votarán socialista no por convicción, sino por frenar el avance conservador y hacer que su victoria no sea tan arrolladora (o quizá en un acto de fe de creer las buenas palabras del candidato). Y otros, pensando en que da igual a quién voten, puesto que las políticas serán las mismas, se quedarán en sus casas.
Yo no soy quién para decir a nadie cuál es la mejor opción. Sólo sé lo que yo haré. Yo votaré. Seguiré escuchando propuestas hasta el último momento. Reflexionaré. Ponderaré. Y llegado el momento, cogeré la papeleta que mi corazón me dicte, la meteré en el sobre y la depositaré en la urna, queriendo confiar aún en esta democracia.
Recelo de ella, pero le daré un voto más. Mi voto de confianza.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El árbol de la vida

“El árbol de la vida” es un experimento muy… bonito. Su mezcla de música y de imágenes es mágica. Muchos momentos te llegan a tocar en lo más profundo. El elenco es de lujo. Entonces… ¿por qué salí del cine tan enfadado?
Sí, salí del cine muy enfadado, y hasta con algo de ansiedad si se me permite. Deseando soltar sapos y culebras sobre lo que acababa de ver. Dos horas y cuarto rodeado de otros espectadores que se removía en sus butacas, que no sabía ya cómo ponerse. Espectadores que dejaron escapar más de una risa cuando (¡por fin!) aparecieron los títulos de crédito.
A medida que pasan las horas intento ser más benevolente y hacer un análisis más sereno. Y, fundamentalmente, quiero ser breve (al contrario que Malick).
Y es que supongo que desde un punto de vista, digamos, “erudito” se puede desmenuzar la película buscando mil referentes, símiles, metáforas… Y se la calificaría de obra de arte, obra maestra. Yo simplemente tengo la visión de un espectador de a pie, que sabía que se iba a encontrar una película densa… pero no esto.
Insisto: la cinta es bellísima. La historia es enternecedora. A nivel visual y poético una maravilla. Aunque… me perdonarán ustedes, pero desde mi punto de vista, esto no es una película. Si pretende serlo, le sobra más de una hora de metraje. Por lo demás, como instalación audiovisual enmarcada en una exposición de arte contemporáneo, dentro de una sala en la que uno pueda entrar y salir libremente, sería magnífica. Pero encerrar a los espectadores durante esas largas (insisto) dos horas y cuarto… roza la crueldad. Esta pretenciosidad del director se ha cargado lo que podría haber sido una obra maestra. Y es que, con la belleza que encierra, con esas interpretaciones… podría haberme enganchado durante hora y pico. Y yo habría salido sobrecogido de la sala.
Por el contrario, durante la primera media hora llegué a temer que toda la película tuviese la misma tónica. Un precioso documental de La 2. Con un (siento ser tan sincero) tronchante momento “parque jurásico” (¿de verdad era necesario?). Cuando vuelve a la historia que nos ocupa, engancha. Pero esta historia se dilata una vez más, y al final a uno le invade una terrible tentación de mirar el reloj. Afortunadamente, Jessica Chastain está tan sumamente maravillosa en su papel de madre sufridora y cómplice de sus hijos que hace que volvamos a mostrar interés en la historia. El niño Hunter McCracken también hace un buen trabajo. Brad Pitt, más que correcto. Fiona Shaw, enorme como siempre, aunque casi desapercibida. Y Sean Penn… ¡anda ya! ¿En serio? Es uno de los mayores timos de la historia del cine. Aparece como reclamo en todos los carteles, y lo único que hace es aparecer durante algunos minutos caminando con la mirada perdida. Uno de los mayores timos, y uno de los mayores desperdicios de talento actoral.
En fin, el gran fallo de esta ¿película? es su pretenciosidad. Tiene momentos brillantes. Pero el exceso de metraje agota, y hace que todas las virtudes que posee (que son muchas) acaben desquiciando, y que el conjunto se desmorone. Una pena.
Se me permitirá terminar con una apreciación. Julio Medem recibió más que duras críticas por su pretenciosa y excesivamente personal “Caótica Ana”. Yo he encontrado, salvando las distacias, cierto aire similar entre ambas cintas (tendría que revisar la cinta de Medem, pero me da demasiada pereza). Claro, Malick es un “director de culto”. Se me olvidaba ese detalle.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La piel que habito

Se ha escrito mucho, quizá demasiado, sobre “La piel que habito”. Por eso mismo me daba una pereza descomunal hacerlo yo también. Pero, como suele decirse de Pedro, o lo amas o lo odias. El 99% de lo escrito así lo demuestra. Se habla de obra maestra o de fraude. Yo prefiero un término medio, por eso me he animado a sentarme y reflexionar.
Sí, soy de los que prefieren el término medio. Hace películas buenas, hace películas muy buenas, y a veces hace cosas que no hay por donde cogerlas. Qué le vamos a hacer, este señor (hasta donde yo sé) es humano.
Hay quien echa de menos la locura de sus antiguas películas, el colorido y los personajes llevados al límite. Y por eso su último cine, y en particular “La piel que habito”, les aburre soberanamente. Yo siempre he dicho que lo mejor de Almodóvar, y la seña de identidad de todas sus películas, es que hace verosímiles historias aparentemente inverosímiles. Y esta vez no se queda corto. A cualquiera que le cuentes el argumento de esta última locura pensará, precisamente, que estás loco. Que eso no hay quien se lo crea, que… vaya paja mental. Pero ahí lo tienes, poco a poco, disfrazado de algo sobrio, frío, oscuro… y cuando te quieres dar cuenta, te han contado semejante historia como quien dice que va a llover. Sin despeinarse.
Y es que precisamente creo que ese es el gran valor de esta película. No estamos ante el Almodóvar de los inicios, en el que desde un principio entras en el código de que todo es una locura. No. Esta vez todo es aparentemente “serio”. Una película nada almodovariana. Podría estar firmada por cualquier otro director y te lo creerías. Alguna pincelada personal, como la irrupción del tigre brasileño, y poco más. Así van pasando los minutos, la historia parece que evoluciona por cauces normales, poco de extraño, incluso parece que va a caer en el tedio… y cuando ya te has relajado, aparece la firma del director. Sin saber cómo, te acaba de contar algo tremendamente retorcido. Con mucho preliminar, con mucho precalentamiento, con mucha sutileza. Te ha anestesiado para que sea menos traumático. Y te lo has tragado entero. Como la secuencia de los consoladores: empezando por el más pequeño, hasta que al llegar al más grande ya has “dilatado” lo suficiente.
Se dice que es demasiado inverosímil. Que no hay por dónde cogerla. Que la historia no es redonda. Pero es que estamos hablando de una manera muy personal de narrar. El día que Almodóvar haga una película verosímil, académica, redonda… no será Almodóvar. Y seguramente esos que tan encendidamente le critican hoy, le criticarán por lo contrario. Hay evolución, hay madurez… pero hay marca de la casa.
Yo sí hago una crítica a la película. Y es que en ese juego en el que nos engaña, nos suelta mil cebos, nos hace creer que la historia va a ser otra… en ese juego de una narración de un pasado oscuro a la luz de una fogata, de un largo flashback… se entretiene demasiado. Esa anestesia antes de soltar la bomba puede llegar a dormir al espectador más impaciente. Supongo que de manera consciente hay cierto “bache” argumental en el que crees que la historia está divagando, que se está deshilachando, que te están contando algo que no tiene absolutamente nada que ver. En el momento de la bofetada, evidentemente, descubres que todo tiene un nexo, que todo está conectado. Pero ese “bache” es arriesgadamente largo. Es cierto que provoca las ganas de un segundo visionado para degustar toda la historia con conciencia de lo que está pasando. Pero en esa elección, en esa dilatación, corre el riesgo de perder muchos adeptos. Por eso mismo no le otorgo el título de obra maestra. Lo guardaremos para otra ocasión.
Mención aparte merecen las interpretaciones. Antonio Banderas y Elena Anaya están soberbios. Yo soy de los que llevan tiempo reivindicando un Goya para ella. Confío en que esta sea la ocasión. Aunque tengo que confesar que me ha sabido a poco, que por la peculiaridad de la estructura narrativa no la he disfrutado lo suficiente, me han faltado minutos en pantalla para ella (amor de fan, qué le vamos a hacer). Confío en que Pedro cumpla lo que dijo en una reciente entrevista: empieza su etapa Elena Anaya. Jan  Cornet hace también un trabajo magnífico, y Marisa Paredes aporta el tono más… almodovariano, quizá. Y espero que se me permita manifestar mi “amor de fan” una vez más, en esta ocasión hacia Bárbara Lennie, breve pero maravillosa, y con la esperanza de que repita a las órdenes de Pedro con un personaje de mayor peso.

sábado, 27 de agosto de 2011

Decirte hola

Podía haber dicho a mi jefa que no podía empezar más tarde, que tenía prisa y quería salir a mi hora. Podía no haberme entretenido y no haber dedicado más tiempo del que me correspondía. Podía no haber tomado el camino largo para coger el metro. De hecho, podía haber intentado coger el último autobús. Podía haber ido a ritmo más rápido en lugar de ir tranquilamente disfrutando de la buena temperatura de la noche de finales de agosto. Al llegar al andén, podía haberme colocado más cerca del principio o del final del tren.
Pero no, llegué a coger ese metro precisamente, y me coloqué en ese punto exacto del andén. Y cuando se abrieron las puertas, me tropecé con tu mirada. Y sin pensarlo me senté justo en el asiento frente al tuyo. Como guiado por un impulso.
Y la gente subía y bajaba a cada parada. Y tú y yo nos esquivábamos las miradas. Cuando éstas tropezaban, las desviábamos como si las empujase un resorte. Como los polos de dos imanes que, al acercarse, salen disparados en direcciones opuestas.
Tú salías de fiesta, tu ropa te delataba. Te habías arreglado, te habías peinado, habías elegido los complementos, ningún detalle había sido dejado al azar. Y yo… yo con un sombrero ridículo que había utilizado esa misma noche, y mi bolsa con la ropa del trabajo.
Y esa duda de… ¿dónde se bajará? Y las miradas seguían tropezando. Tú con una sonrisa burlona y tranquila, y unos ojos que no sabría decir si eran verdes o azules. Y yo… yo son sin saber ya a dónde mirar.
Y anunciaron la parada. Tú te pusiste en pie inmediatamente, aún dentro del túnel, cómo anunciando “oye, yo me bajo en esta”. Y yo… yo esperé a salir del túnel, y mientras el vagón iba frenando me puse también de pie, y me coloqué a tu lado. Y comprobé también habías seleccionado el perfume para una noche de fiesta.
Se abrieron las puertas, y tras un segundo de duda, tú saliste. Yo salí detrás de ti, te seguía un par de pasos por detrás.
Y subimos los largos tramos de escaleras mecánicas. Pero no con prisa. Nos deleitamos en dejar que las escaleras nos subieran. Tú mirabas hacia abajo en lugar de mirar, como solemos, hacia arriba, hacia nuestro destino. Y yo… yo apenas me atrevía a levantar la mirada. Cuando lo hacía, volvíamos a tropezarnos y a esquivarnos.
En el último tramo arriesgaste, miraste fijamente. Y yo… bueno, yo intenté vencer ese resorte y mantener también mi mirada. Confieso que me costó hacerlo durante tantos segundos.
Y las escaleras se acabaron, y había que salir a la superficie… al mundo real. En cuanto pisaste la acera, tú frenaste, y te echaste a un lado… y miraste de reojo hacia mí, como preguntándome cuáles serían mis siguientes movimientos.
Y tú te quedaste ahí, junto a la boca del  metro, esperando a tus amigos que llegaban más tarde que tú. Y yo… yo dudé, te miré de soslayo… y casi a cámara lenta emprendí el camino hacia mi casa. Esperé un semáforo que podía haber cruzado en rojo sin peligro. Y cuando por fin el muñeco se puso en verde, me giré. Tú seguías en el mismo lugar, esperando de pie, sin moverte. Te miré un segundo… y crucé la calle. Llegué a la otra acera, me giré una última vez… y tú seguías ahí, con mirada de impotencia.
Y comencé a caminar. A paso muy lento. Confieso que en el camino me giré más de una vez, por si hubieses decidido hacer esperar a tus amigos y buscarme para decirme “hola… solamente necesitaba decirte… hola”. Pero no volví a verte.
Y a mí me hubiese gustado rebobinar. Tener una mirada más valiente, más decidida. Haberme acercado a ti. Haberte dicho, simplemente…
“hola… necesitaba decirte… hola”.